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El caminante. La isla. El manantial
1992
Técnica mixta sobre tela
Medidas: Díptico: 280 x 185 cm
Referencia: ACF0576
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A lo largo de los años ochenta la pintura de Gerardo Delgado siguió un proceso genético en el que un tema o un argumento, entendido como un contexto de ideas o clima intelectual, más allá del mero pretexto, configuraba una mirada reflexiva y contemplativa al mismo tiempo, dando cuerpo, coherencia y sentido a una pintura que se organizaba en series. Ello implicaba un período muy lento y pausado destinado a la sedimentación de ideas y a la elaboración pictórica, en el que se abordaban con rigurosidad tanto los problemas de carácter formal como aquellos propiamente interpretativos y poéticos, más relacionados con los aspectos argumentales. No se trata de una pintura de citas o de erudición, pues, aunque se asumía el peso de la historia, dominaban recursos intuitivos, soluciones plásticas que implicaban una narrativa muy ligada a una poética de la evocación y, sobre todo, una mirada profundamente pictórica. En El caminante la pintura abre, en forma de metáfora, un viaje sin retorno que se dirige al propio interior, como un recorrido de introspección por sendas perdidas, por caminos llenos de dificultades. El viaje es también una metáfora de la vida, y en él confluye la pintura como un consuelo pero a la vez como una lucha y un medio de afirmar las tensiones y las contradicciones que conforman una actitud. Paralelamente al mundo desolado de Schubert se insertan en la serie elementos autobiográficos, que conforman un proceso catártico de afirmación y de cambio. El inicio de esta serie coincidió con un momento en el que Gerardo Delgado no podía reconocerse inscrito en ninguna generación pictórica; sentía que el contexto pictórico en el que se situaba su trabajo no era entendido en su justa medida, y a través de estas obras construyó un ámbito propio de reflexión, en el que tenían cabida tanto el pensamiento como la emoción. Las primeras obras de «El caminante» surgen de la serie inmediatamente anterior, «El archipiélago». En este primer núcleo de obras, al que pertenece El caminante nº 1 (1986), se establece una dualidad construida por dos lienzos verticales que forman un díptico, en este caso unido por un desgastado madero que acentúa la imagen de paisaje que, a su vez, dará unidad a toda la serie. Otras obras inmediatamente sucesivas, como Muerte en la tarde (1986), se concentran en un solo lienzo enmarcado parcialmente por maderos desgastados y agrietados, remitiendo a los momentos más desesperanzados y declinantes de algunos de los lieder del ciclo schubertiano, en los que se intuye la muerte en el paisaje desolado (Letzte Hoffnung, «última esperanza»), en el color gris del cabello (Der Greise Kopf, «la cabeza gris») o en la presencia de un cuervo (Die Krähe, «el cuervo»). Más tarde el artista toma la decisión de establecer una dualidad horizontal que subraye la condición esencial de paisajes, reduciendo los formatos y haciendo más escueta la pintura, concentrando en la parte inferior de los dípticos la oscuridad de campos de color sutiles y matizados. A este momento pertenece El caminante, la isla: el manantial (1992), donde la serie -que, como hemos visto, en sus inicios aparece cargada de amargas resonancias autobiográficas- se va haciendo más diáfana y esperanzada. Las tres obras que posee la Colección de la Fundación "la Caixa" trazan con mucha precisión el complejo desarrollo de esta serie, núcleo central del trabajo de Gerardo Delgado, cuyas variaciones y cambios reflejan las transformaciones del proceso creativo del artista. En cierta manera, las últimas obras de este ciclo vuelven a retomar algunos aspectos formales que ya aparecían en obras como Caracol azul (1982) pero de un modo más austero y calibrado, abriendo a la vez el camino, ya desprovisto de formas y vestigios figurativos, a la claridad de algunos de los ciclos más significativos de los años noventa, caracterizados por la vibración de los campos de color («Constelaciones», 1993-1997), el equilibrio constructivo desde el color («La naturaleza de las cosas», 1995-1998) y la geometría como laberinto («Rutas»,1997-1998).

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