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A-be-ce-da-rio
1991
Técnicas diversas
Medidas: 30,5 x 26,7 cm Ø 25 cm 30,5 x 25,3 cm Ø 21 cm 15,5 x 25 cm 30 x 30,5 cm
Referencia: ACF0182
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Desde finales de la década de los ochenta, coincidiendo con su traslado a Nueva York, aunque no debido a esa circunstancia sino a un proceso reflexivo interior, el trabajo de Victoria Civera se desenvuelve simultáneamente en la práctica de la pintura –una actividad que no ha abandonado jamás– y la realización de instalaciones, en las que se sirve tanto de objetos cotidianos como de otros realizados por ella, y que guardan una relación de parentesco con aquellos que habitualmente nos rodean. En los últimos años se ha interesado también por el vídeo. Las pinturas de Civera son generalmente de pequeñas o medianas dimensiones, con cierta preferencia por el formato circular, monocromas o con muy pocos colores, que en la gran mayoría de las piezas son muy sobrios, con un predominio del negro y el gris humo, y en algunas ocasiones con rojos rutilantes o azules vivos. Las formas suelen ser muy simples y a la vez certeras, y hacen referencia a elementos orgánicos o celestes. Como ocurre en A-be-ce-da-rio, sus obras suelen componerse de grupos reducidos, en los que las piezas individuales se prestan mutuamente sentido. En palabras de Alisa Tager, «mientras Civera enriquece su vocabulario de formas e imágenes, sus pinturas conservan una sutileza e intriga que arrastra al espectador a un mundo atractivo y enigmático. Sigue observando y seleccionando aquello que es primordial para captar la quinta esencia de un paisaje, un objeto, el recuerdo de un contacto o un momento íntimo. Al evocar recuerdos y sensaciones, sus cuadros reverberan como encarnaciones manifiestas de una intimidad personal». A partir de 1993 aproximadamente, Victoria Civera inicia la realización de pequeños objetos-escultura que irán aumentando en tamaño y complejidad hasta convertirse en verdaderas construcciones, habitáculos, que remiten a la identidad y a la memoria propia. Es como si contemplándolos pudiésemos reedificar, a la vez, pasado y presente en una sola imagen. Son, además, representativos de su feminidad, no en el sentido militante de otras artistas contemporáneas, sino demostrativos de un modo de sensibilidad que despliega una carga poética tan intensa como profunda. Esa es la impresión que se desprende de los Miradores de estrellas, infantiles muñecos asexuados yacentes en una cama de luz y ciegos. En el catálogo de la exposición en la galería Soledad Lorenzo, donde se mostraron por primera vez, a la fotografía de su instalación en la sala se añadió otra de la misma pieza en el campo durante la noche, que acentúa, si cabe, la soledad ensimismada de estos «peleles» anónimos, solteros y horizontales, acostados en una caja que parece hospedar en su interior a la invisible luna. La muestra se titulaba «Madre luna», precisamente en referencia a una mariposa que solo podemos contemplar a la luz del astro de la noche.

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