Las obras de José Guerrero, sobre todo desde que se instala en Nueva York a partir de 1950, están claramente influenciadas por el movimiento preponderante en esos momentos: el expresionismo abstracto americano de Kline, Rothko, Still, Motherwell y Newman, entre otros.
No obstante, el pintor granadino incorpora a ese estilo un sentido poético distinto, que se concreta en la integración de una paleta cromática menos sombría y trascendental, así como de una gestualidad amplia y voluptuosa que, a veces, como en Rojo y negro, remite a ciertas formas figurativas, a esos rastros o esas improntas insinuadas que aparecen veladamente en los cuadros de Klee o Matisse.