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Buen chico mal chico
Título original: Good Boy Bad Boy
1985
Videoinstalación: 2 videos Laser Disc transferidos a DVD (color, sonido), 2 Monitores TV, 2 peanas de madera.
Medidas: 17' 07" y 15' 20" Dimensiones variables
Referencia: ACF0105
Edición: 4/40
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Good Boy Bad Boy supuso el regreso de Nauman al vídeo como soporte narrativo, tras una pausa de doce años. Esta obra fue expuesta originalmente como parte de «Chambres d'Amis» en el Museo Haus Esters de Krefeld (Alemania), pero poco después fue editada como obra independiente. Nauman aclara que volvió a utilizar el vídeo porque el letrero de neón -uno de sus soportes favoritos durante la primera mitad de los ochenta- le imponía demasiadas restricciones para narrar ficciones complejas. Por primera vez, además, contrató a actores profesionales en lugar de protagonizar él mismo la historia, dado que quería «eliminarme a mí mismo como objeto». La pieza consta de dos monitores situados sobre sus respectivos pedestales. En cada uno de ellos se proyecta un vídeo diferente. El de la izquierda muestra el busto de un hombre negro; el otro, el de una mujer blanca. Ambos aparecen en un neutro fondo oscuro y recitan el mismo texto: «Yo era un buen chico. Tú eras un buen chico. Nosotros éramos unos buenos chicos. Eso era bueno. / Yo era una buena chica. Tú eras una buena chica. Nosotras éramos unas buenas chicas. Eso era bueno…» Existe una evidente intención de incluir al espectador en la pieza. Los actores miran fijamente a la cámara, al mismo tiempo que repiten con insistencia el pronombre «tú»; quieren involucrar a quien está contemplando la obra, aunque su participación le esté negada por su obligada pasividad. Las situaciones y acciones a las que alude el texto son comunes a toda persona: ser bondadoso o malvado, estar vivo, tener relaciones sexuales, amar, aburrirse, odiar, beber, comer, defecar, orinar, dormir, pagar y morir. El largo pasaje es repetido cinco veces, con un progresivo cambio de tono. Los actores, sobre todo la mujer, van tomando una entonación cada vez más violenta. El hecho de que ambos lean su texto a una velocidad diferente hace que los dos vídeos no marchen al unísono, y que la mujer acabe después que el hombre. Esta falta de sincronía crea una indudable tensión. A la simplicidad tediosa del relato se suma una clara confrontación racial y de género, acentuada por el espacio que separa ambos monitores y, por lo tanto, a ambos personajes. El texto constituye una disección casi científica de las acciones y actitudes vitales fundamentales. Su repetición cansina no sugiere pasión e intensidad, sino desgana y, conforme va avanzando la lectura, violencia. La insistencia con la que hablan los protagonistas no sugiere valores en los que somos educados, sino dogmas con los que somos adoctrinados. Algunos de ellos son puras convenciones sociales, como ser bueno o ser malo. Sin embargo, la frase final es un sentimiento común a todos: «Yo no quiero morir. Tú no quieres morir. Nosotros no queremos morir. El miedo a la muerte». Se genera un inmenso y revelador contraste entre una serie de lugares comunes sobre la felicidad con la inexorable presencia de la muerte.

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