Entre las imágenes más frecuentes del Richter hiperrealista destacan, además de los paisajes y las naturalezas muertas florales, las de una mujer sola, vuelta de espaldas o dedicada a actividades cotidianas como la lectura o el cuidado de su prole. Un grupo temático que fue iniciado por obras como la muy célebre Betty (1988). Como en el caso de las pinturas abstractas, estas obras se caracterizan por un estilo frío, distanciado y desenfocado, alejado de las retóricas heroicas expresionistas, pero que jamás renuncia a la belleza.
Basadas en fotografías, estas obras realistas no son estudios de verosimilitud, sino obras autónomas que hablan de sí mismas. La figura, en este caso la mujer desnuda que vemos de espaldas con la cabeza inclinada hacia delante, se convierte aquí en constatación o emblema de las posibilidades metafóricas de la pintura. El personaje está ante un espacio ambiguo y borroso, quizás una puerta pero también una abstracción de tipo geométrico, que sugiere que el alma del cuadro es algo más que un índice de sus características físicas. Richter se refiere así a cuestiones de presencia o misterio, si bien lo hace desde el análisis o la reflexión objetiva sobre la naturaleza de lo pictórico. Las imágenes de Richter no son fruto de la improvisación inspirada, sino de la voluntad de lograr imágenes imperecederas y colmadas de sentido, a partir de los fenómenos que puedan ser constatables, tales como el equilibrio compositivo y cromático y la luz difuminada y misteriosa. La escala doméstica de estos cuadros sugiere también el potencial poético de lo cotidiano.