Carmen Calvo
España, 1950
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Carmen Calvo ha presenciado en los últimos años un reconocimiento importante de su obra, cuyo inicio coincidió con su participación, junto a Joan Brossa, en el pabellón de España en la Bienal de Venecia de 1997.
Los buenos recuerdos no abundan en lo que respecta a su formación académica en la Escuela Superior de Bellas Artes de Valencia, por lo que se puede afirmar que fue su recorrido vital posterior el que dio cuerpo a su modus operandi en el terreno estético. Carmen Calvo residió en Madrid entre 1983 y 1985, año en que decidió marcharse a París, donde permaneció hasta 1992. Pero su historia de amor con esta metrópoli no empezó ahí, sino mucho antes, en 1972, cuando la artista valenciana descubrió maravillada, en una visita al Louvre, su pasión arqueológica. Su larga experiencia parisina se refleja también en la pintura realizada a finales de los años ochenta, repleta de referencias al paisaje visual e imaginario de la capital francesa, una ciudad que posee uno de los cementerios de mayor prestigio literario y artístico, el Père-Lachaise, espacio visitado con frecuencia por Carmen Calvo. En su obra objetual, plagada de exvotos y amuletos religiosos y sexuales, se observa ese gusto necrológico unido a la influencia surrealista gala y a la huella de Miró. Asimismo, realizó piezas de cerámica en el European Ceramic Work Centre en 1994, en los Países Bajos, una forma de completar su copiosa experiencia en este campo y, de nuevo, una vía para oponerse a la pintura, disciplina académica y tradicional por excelencia.
La recuperación y apropiación de objetos e imágenes (fotografías, fragmentos de revistas...) de épocas pasadas, procedentes de rastros y chamarilerías, es una constante en los últimos años. Con estos elementos ha creado una poética personal con la que se enfrenta, con sutileza e ironía, al peso de la religión y al disfrute de la sexualidad.
Juan Vicente Aliaga