Sophie Calle
Francia, 1953
Volver
Ocurre, muy a menudo, que las historias de los demás nos seducen más cuanto menos nos incumben. El anonimato del otro parece favorecer una cierta transigencia hacia su condición, sus costumbres y sus formas de ver el mundo, actitud que sólo ocasionalmente adoptamos cuando se trata de alguien más próximo. Sophie Calle relata historias de los otros, de gente que raramente ella conoce, a la que observa, sigue o investiga. Fisgonea en sus vidas, los acecha por la calle, remueve sus cosas, rastrea en sus agendas, aparece en sus citas, cotillea con sus amigos. Pregunta, inquiere y delata aquellos aspectos que se circunscriben a lo que habitualmente se entiende como vida privada. Fabricar historias y subvertir fronteras entre lo privado y lo público, entre lo que es arte y lo que no lo es, constituyen algunos de los ejes más recurrentes en torno a los que se vertebra gran parte de la obra de esta artista. Así por ejemplo, en uno de sus primeros trabajos, Les Dormeurs (1979), Sophie Calle invita a su casa a varias personas desconocidas para que duerman en su cama. Mientras los invitados duermen, ella los mira y los fotografía. Cuando despiertan los entrevista. En su hábito de seguir la gente por la calle, Sophie llega hasta Venecia (en Suite Vénetienne, 1980) siguiendo los pasos de un hombre desconocido. También lo fotografía y anota sus movimientos. En Le Détective (1981), encarga a su madre que contrate un detective que la siga y la fotografíe. En Les Aveugles (1986), pregunta a personas ciegas de nacimiento cuál es su imagen de belleza. Y, en fin, en L'Absence (1991), pide a los guardias y empleados de un museo del que han sido robadas algunas piezas que describan las obras que están ausentes. «Cada obra de Sophie Calle», afirmaba su amigo Hervé Guibert, «es la ilustración rigurosa de una idea de base, sutil o explosiva, retorcida, luminosa, cogida por los pelos.» En su primer largometraje, No Sex Last Night (1992), Sophie Calle se convierte en su propio objeto de investigación, en su propio otro. Sin embargo, a la vez que la propia artista se descuartiza emocionalmente, se recompone. En una fotografía perteneciente a la serie «Les Autobiographies» (1992), muy vinculada a lo que sería después la película mencionada, Calle escribe: «Poco después de nuestra separación propuse a Greg hacer la foto recuerdo de aquel ritual. Aceptó». De esta manera crea una historia de amor y desamor, cuya acidez y sentido del humor no impiden entrever temas como el miedo, la duda, la soledad, el engaño y el desengaño. A partir, pues, de documentaciones, de fotografías, de vídeos, de textos, de verdades y de mentiras, Sophie Calle va tejiendo su telaraña, en la que atrapa las historias que ella misma construye y provoca en una especie de ritual minuciosamente controlado. La mezcla entre grosería y burla, sensibilidad y pasión, conmueve profundamente y convierte su obra en una especie de espejo del alma, la propia y la ajena.
Marta Gili