Antón Patiño
España, 1957
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Los primeros años del decenio de los ochenta representaron un tiempo de mudanza para España; se cerraba un ciclo histórico y nacía otro nuevo. En el mundo del arte se produjo una reacción al aletargamiento de la época anterior, especialmente en contextos que habían sufrido un mayor aislamiento, como Galicia. En 1982, por ejemplo, se celebra la primera edición de la feria de arte ARCO, en Madrid, surgen nuevas revistas y galerías y el pintor mallorquín Miquel Barceló participa en la Documenta de Kassel. Las primeras obras de Antón Patiño (Monforte de Lemos, 1957) surgen en este contexto y son reflejo de la vitalidad y el optimismo de la primera generación que disfruta de libertad y democracia en mucho tiempo. Heredero de la tradición de artistas gallegos como Luis Seoane o Reimundo Patiño, que mantuvieron una actitud comprometida e inconformista durante la dictadura, Patiño fijó su atención también en otros referentes contemporáneos como los lenguajes de las nuevas tendencias expresionistas, que proliferaban en Europa y los Estados Unidos, o la espontaneidad de las subculturas juveniles del punk o la Movida. Rasgos que estaban presentes también en muchos de los artistas que formaron parte de Atlántica, un grupo informal que existió entre 1980 y 1983 en Galicia y del que Patiño era uno de sus principales promotores e ideólogo. La obra Palmeras (1982) pertenece a una serie y fue realizada para una importante exposición colectiva que se celebró en Madrid, titulada «26 pintores, 13 críticos». Se trata de un cuadro de gran formato, con un claro eje simétrico («totémico», en palabras del artista), que divide la composición como un espejo. La figura de la palmera azul aparece silueteada sobre un fondo compuesto por bandas negras y violetas que se alternan. Esta composición parece aludir a la visión de un paisaje oceánico desde un espacio interior, representado por las franjas abstraídas de una persiana. La presencia de la palmera, un árbol completamente ajeno al paisaje gallego, hasta tiempos muy recientes, delimita con rotundidad el plano del cuadro, mientras evoca un espacio tropical, paradisíaco, así como una naturaleza fértil y exuberante. Los colores estridentes, ácidos, «fauvistas», resaltan, con ironía, su artificiosidad. Patiño, como otros artistas de Atlántica, situó en el centro de sus preocupaciones estéticas y conceptuales un cierto pasado mítico y primitivo, imposible de recuperar pero accesible, todavía, a través de la memoria, la pintura y la imaginación, que contrastaba fuertemente con una sociedad en plena transición del campo a la ciudad.
Pedro de Llano