Menchu Lamas
España, 1954
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Peixe-Lúa es un emblemático cuadro de Menchu Lamas del año 1982 –una fecha clave de esa década por muchos motivos–, que se mostró por primera vez en la exposición colectiva «26 pintores, 13 críticos», celebrada en Madrid. En ella coincidieron un grupo de jóvenes artistas que por aquel entonces comenzaban a despuntar (Barceló, Broto, Campano, Patiño, Sevilla, Sicilia, etc.). Para Lamas fue especialmente importante porque coincidió con su debut individual en la galería Buades. Junto a otras muestras, como «Madrid 1980» (1979), «Madrid D. F.» (1980) o las del colectivo Atlántica (Bayona y Santiago de Compostela, 1980 y 1983), estos proyectos fueron decisivos para construir el relato de una generación que, por primera vez en muchos años, era libre para experimentar y actuar tras la dictadura.
En el caso de varios artistas gallegos, las referencias primitivistas a un pasado mítico, compuesto por alusiones fragmentarias y subjetivas al arte rupestre, el románico popular o las leyendas campesinas, desempeñaron un papel esencial a la hora de diferenciar y singularizar su discurso frente a las propuestas de artistas procedentes de otros contextos, en el recién creado estado de las autonomías. La dialéctica entre «tradición y modernidad» se instauró como uno de los ejes conceptuales de esa década y dio lugar a numerosas obras de arte e investigaciones, que trataban de representar o registrar los restos de una cultura agrícola que desaparecía, ante la pujanza de un progreso material que irrumpía con toda su fuerza.
Estas obras de Menchu Lamas de principios de los ochenta son ejemplos paradigmáticos de esa situación. En Peixe-Lúa, en concreto, puede verse una composición que alude a dicho campo simbólico con esquematismo y precisión. El cruzamiento del pez y la luna genera una imagen impactante, icónica, que ocupa todo el plano del cuadro, lo construye y presiona para desbordarlo. Figuración y abstracción se confunden en un formato rotundo, en el que siluetas arquetípicas surgen de la contraposición de áreas perfectamente delimitadas y complementarias, cromáticamente (rojo, azul y verde), que son, a su vez, resultado de innumerables veladuras. Aparece también la influencia de la pintura de acción, con un grafismo y una gestualidad espontáneos y enérgicos que registran, como índices, las marcas dejadas por el cuerpo de la artista durante el proceso artístico, a la que los recursos del cómic y el grafito tampoco le son ajenos. Finalmente, la amalgama del pez y la luna remite al espectador a un territorio líquido, marítimo, que en algunas culturas se asocia con la mujer y lo femenino.
Pedro de Llano