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Un mundo sin barreras
1995
-1997
Técnica mixta sobre pizarra
Medidas: 4 unidades: 83,5 x 64,5 cm c.u.
Referencia: ACF0670


La diversidad de los elementos que Federico Guzmán utiliza en sus obras no es impedimento para detectar algunos de sus presupuestos conceptuales, que se han mantenido constantes desde sus primeras creaciones de mediados de los años ochenta. Ya desde ese momento, la comunicación se situó como tema recurrente en sus obras. Se trata de una reflexión sobre el acto mismo de transmitir mensajes con un código común. Guzmán parte del hecho de que la comunicación es una actividad que define la esencia humana. Es así como frecuentemente deja de lado su posible contenido, el análisis global de los sistemas de signos y reglas, y se centra en la forma en que este acto tan cotidiano produce una alteración en el individuo y sus relaciones con los demás.
A partir de finales de la década de 1980, Guzmán incluyó en sus obras multitud de cables y teléfonos. Ese énfasis en la interconexión se puede observar en obras como Islario, o en la instalación que presentó en el Espai 13 de la Fundació Joan Miró de Barcelona en 1989, titulada El silencio homologado. En esa ocasión, Guzmán colgó en las paredes de la sala una serie de dibujos que quedaban conectados mediante una compleja red de líneas y aparatos telefónicos, planteando una reflexión sobre los límites que separan los intercambios públicos y privados en un mundo en el que la información circula cada vez con menos barreras.
El problema de Aladino forma parte del grupo de obras realizadas con estos materiales. Consta de una tela sujeta en la pared, una parte de la cual ha sido pintada con un material conductor de electricidad. Dos de los extremos de la línea que define esta pintura salen fuera de la tela para ocupar unos metros por delante del muro del que ésta cuelga, espacio en el que hay cinco elementos circulares de goma. Una red de delgados cables eléctricos conecta estos elementos, desordenadamente, entre sí y con la tela conductora. La obra sugiere una reflexión sobre la esencia misma de la comunicación, a partir de la constatación de que el mundo está siendo cubierto por una red física que pone en contacto máquinas y personas.
Un mundo sin barreras pertenece al conjunto de obras que Guzmán realiza junto a otras personas –como parte de su cuestionamiento del concepto de autoría de la obra de arte– a partir de un acto tan cotidiano como la escritura de mensajes concisos. La obra consta de cuatro pizarras enmarcadas, sobre las que se han escrito frases cortas y se han dibujado diferentes formas. El sencillo listón de madera que cumple la función de marco está pintado. Su precedente directo es el grupo de diez obras que, bajo el título genérico de «Blackboard Jungle Dub», Guzmán presentó en 1995. Este nombre sugiere varias referencias paralelas. Por una parte, nos remite a la novela de Evan Hunter sobre la vida de los adolescentes norteamericanos de la década de 1950. Este relato fue el origen de la famosa película Semilla de maldad (The Blackboard Jungle), el primer largometraje que incorporó el rock-and-roll en su banda sonora. También tiene un antecedente directo en la intervención que Guzmán realizó en la I Bienal de Johannesburgo, cuyo resultado fue presentado posteriormente en el Museu d’Art Contemporani de Barcelona.
En estos tres casos, Guzmán invitó a estudiantes de escuelas secundarias a pintar, dibujar y escribir sobre las pizarras a partir de unos motivos que él había dejado visibles en la superficie. El resultado es una acumulación espontánea de ideas e imágenes, fiel reflejo de las preocupaciones y tensiones de un grupo amplio de personas. La obra de arte se convierte, así, más que en un documento de su época, en un espacio para la reflexión. Se establece un lugar definido, pero impreciso en sus límites, que permite al creador ser testigo y catalizador de las preocupaciones, las tensiones y las ambiciones de un amplio grupo social.