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Sin título
1995
Pintura, embudos metálicos, escayola y proyección de sombras
Medidas: 268 x 263 cm
Referencia: ACF0622
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El color blanco ha sido una de las constantes en el trabajo de Concha García, del mismo modo que constituye el nexo de unión de las dos piezas que posee esta Colección. El blanco, en Concha García, está asociado a los materiales predominantes que la artista utiliza: la escayola al principio, y las telas posteriormente. Si bien es consustancial a la escayola, produciendo un regusto pobre y con un tacto especial, en el caso de las telas ya es elección o, al menos, voluntad de continuidad. Pero ¿por qué el blanco? Tanto Fernando Castro como Francisco Calvo Serraller, dos críticos que han escrito en catálogos de la artista, han señalado dos posturas colindantes ante este color. Así, Castro habla, citando a Bloom, del vacío y de «la idea cabalística de la creación». Calvo Serraller, recordando un texto de la propia escultora, señala «una poética de la memoria» que recorre su pausada evolución. Las dos piezas de la Colección de la Fundación "la Caixa" fueron expuestas en sendas exposiciones en la galería Fúcares de Madrid, en 1995 y 1999. Convendría contextualizarlas con las demás obras que se exhibieron en el mismo espacio y, posteriormente, relacionarlas. Sin título es una escultura de pared, no muy habitual en la producción de Concha García. En la misma muestra habría que citar, en este sentido, Abrazo y otra obra compuesta por unas gasas blancas que caían de un tubo. Sin embargo, la obra de la Fundación "la Caixa" es mucho más pictórica; juega con la levedad y con la incorporación de diferentes planos y espacios. Era seguramente la pieza más ambiciosa, pero pese a tener elementos comunes con la mayoría de las otras, se diferenciaba del conjunto. Las semejanzas vendrían de la mano del blanco señalado, de los materiales -escayola y otros utensilios- y de una evocación general de recuerdos nebulosos. La diferencia más importante -aparte de su ya señalada disposición en la pared, y de la consiguiente incorporación de esta a la escultura- radicaba en que el elemento más definitorio de esta exposición individual fue la llamativa presencia de los alfileres como leves elementos de protección. También se distinguían claras referencias maternales por medio de formas alusivas a frutos o semillas cuyo exterior era de escayola, pero que en su interior, como peligrosos filamentos, escondían alfileres cuya función no era tanto agresiva como defensiva; así lo ponía de manifiesto uno de los títulos, Semillas protegidas. Todas las esculturas presentes en la muestra individual de 1995 tenían, por tanto, un aire de familia con resonancias de un posible mundo femenino que impregnaba incluso la estética con la que maniobraba, y que además, en aquellos momentos, flotaba en el ambiente artístico español con ejemplos muy similares. La originalidad de la escultura de pared en la producción de Concha García radicaba en que la artista daba el paso (que después no ha continuado) de incluir en su propia obra elementos estructurales de la sala de exposiciones, yendo más allá de la escultura exenta tradicional. Los aspectos pictóricos, formados tanto del hecho de pintar la pared como de las sombras proyectadas por los embudos o por este objeto mismo, tienen también una presencia crucial, que se combina con una poética en la cual el elemento estructural forma parte de la pieza como referente construido por los otros elementos. Por su parte, Escabel tiene un aire de familia con una importante tradición en la escultura de las últimas décadas, en las que los elementos del mobiliario doméstico han desempeñado un papel importante como metáforas y alegorías diversas, según los diferentes casos. Diversas piezas de la exposición individual que se presentó en Fúcares en 1999 tienen un gran parecido, por ejemplo, con la escultura de José Pedro Croft que pertenece a esta Colección. Pero hay algunas diferencias. Si bien en ambas obras se utilizan muebles, las figuras blancas que los acompañan se diferencian porque en la obra del portugués son geométricas (realizadas con yeso), mientras que en las de Concha García son amorfas, como almohadas de formas caprichosas pero redondeadas, en una «tradición» fácilmente reconocible (en España se podría citar a Begoña Montalbán, aunque habría que remontarse, ya fuera de nuestras fronteras, a Louise Bourgeois). El título de la exposición donde se presentó esta escultura exenta fue «Hacer la casa», y de él escapa cierta ambigüedad. Por una parte, lo que realmente propone la artista no es que nos ocupemos de la estructura física, de aquello que nos cobija (aunque también se exhibía un dibujo del cubo con tejado a dos aguas), sino más bien del amueblamiento de este habitáculo. Por otra, «Hacer la casa» significa también limpiarla, colocarla, evocando así las tareas domésticas. No en vano estas esculturas con muebles y telas recuerdan una casa que se abandona por largo tiempo, y cuyos muebles son cubiertos para que el polvo y la humedad no los dañen. Los muebles que la artista utilizaba eran de dos tipos: o bien para el descanso (sillas o un escabel), o bien para guardar cosas. La imposibilidad de utilizarlos, debida a las protuberancias blanquecinas añadidas, señala lo cargados de memoria que están porque así se lo atribuye la artista.

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