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De cara a la pared
1989
Madera, esmalte, espejo y lona
Medidas: 111 x 161 x 7,5 cm
110,5 x 160,5 x 7,5 cm
Referencia: ACF0473
Todo habla en voz baja en la obra de Ricardo Cotanda. El suyo es un lenguaje soterrado, preñado de misterios, de oquedades y dobleces. Y ello se percibe en piezas que realizó al poco de terminar sus estudios de Bellas Artes (1987), en la recurrencia a la lona azulada como material metafórico alusivo a la idea de envoltorio, de capa protectora que oculta, disfraza, emboza. En esas piezas, de títulos sugerentes, con un algo de niño crecido y de adulto travieso –verbigracia, La salida no es por ahí, Razones tengo, Como cuando el explorador, Y cada cosa en su sitio…–, Cotanda se hace eco, materializándola, de la función polivalente de la espacialidad escultórica, situando elementos en el suelo, en la pared, pero en el fondo alejándose del formalismo de los movimientos escultóricos que Rosalind E. Krauss englobara en una dimensión expandida, desbordada. Sería, por tanto, un craso error insertarle en esas coordenadas. Y es que en este artista valenciano nada es casual ni responde a efluvios delicuescentes, a patrones retinianos o a arrebatos decorativos, sino a una conciencia del valor de las metáforas, de la riqueza de las asociaciones, muchas de ellas inspiradas en esa escuela de sorpresas que denominamos surrealismo. Y, en especial, del valor que esos hijos espurios de Lautréamont concedieron al objet trouvé. De ahí que no resulte extraño que Cotanda cite a Marcel Duchamp entre sus maestros, en particular Le Grand Verre, una pieza-reflexión que ha hecho mella en el Cotanda de los últimos años, pero no por el ingenio del ready-made, sino por su alusión al carácter erótico del mismo, a menudo oculto. Y con Duchamp, de rebote, Robert Gober también es mencionado o, mejor dicho, homenajeado.
En ese sentido, se puede afirmar que Contra (1988) se refiere al latir invisible de las sensaciones. Se trata de una obra compuesta por una pala/recogedor de gran formato situada sobre el suelo, recubierta de una superficie de goma enrollada en el extremo opuesto al mango de la pala. Al mismo tiempo en la obra se percibe, aunque magnificado, un guiño a los trabajos caseros, artesanales, a las manualidades, que llevaría Cotanda a su máxima expresión con confecciones bordadas. El mismo artista se ha referido a su interés por lo laminar, es decir, aquello que es blando y maleable, pero que puede conllevar una vertiente dura, y en donde puede presentarse una ambigüedad límite entre las superficies internas y externas de las esculturas. Así, en el caso de Contra, la rigidez del hierro de la pala se ve protegida paradójicamente por una extensión de goma que sólo la recubre con carácter provisional, y cuyo objetivo, amén del recubrimiento, no es tan sólo funcional.
En De cara a la pared (1989) se recogen sensaciones infantiles, al hablar indirectamente de traumas y castigos. Ello se puede visualizar en los mismos componentes de la obra: dos estructuras cuadradas, situadas una en frente de la otra, como si se mirasen. Una, a modo de pizarra, lleva un sombrero azul de pico apoyado en un saliente de madera, donde supuestamente debía estar el borrador; la otra luce un espejo, además de un sombrero idéntico al descrito. Los sombreros parecen ser alusiones al alumno castigado (una suerte de sambenito suavizado), obligado en un rincón del aula a expiar su infracción y desobediencia.
Cotanda, un artista de gran habilidad en el manejo del bordado y la costura, actividades tradicionalmente encuadradas en el ámbito de lo femenino –da fe de ello el uso de telas, guantes, gorros y pañuelos primorosamente bordados–, juega con el significado oculto de los objetos, aunque no se trata de piezas encontradas por casualidad, sino de objetos intencionadamente cargados de sentido. En esa intención, a Cotanda le mueve la paradoja de yuxtaponer elementos dispares, casi antitéticos, como una tela y una sierra, o un sombrero y unas batidoras, deslizando en ello un ingrediente sexual, siempre sutil, como parece indicar su serie «…Llegar a la nieve» (1995), en la cual Lorca, el Lorca de sexualidad reprimida por la España más negra, le sirve para moldear el ajuar del novio. Así, en la obra de Cotanda el deseo circula de hombre a hombre, huyendo de las normas establecidas.