En los años noventa, la efusión de color que había caracterizado la obra de Xavier Grau durante la década anterior cambió, y la gama cromática, con un frecuente predominio de los tonos primarios, se redujo. En Sin título el blanco y el rojo se organizan arquitectónicamente en un espacio sin centro ni límites, en medio de un caos de manchas que se expanden en todas direcciones. El automatismo y la improvisación generan un espacio de luz en apariencia desordenado y contradictorio, en el cual el dibujo adquiere mayor tensión y más protagonismo. Diversas atmósferas se interpenetran y se confunden, otorgando al gesto el reto constructivo. En el paisaje abstracto de Grau, el conflicto se resuelve con gran ritmo y dinamismo. Interesado en moverse desde una percepción confusa de la realidad, todo se construye en un mundo fragmentado y siempre cambiante, un magma de armonía interna en el cual sorprende, nuevamente, el rastro de ciertas formas geométricas. La obra no se comienza con una idea preconcebida: desde la intuición, a partir de un gesto esencialmente espontáneo y automático, el artista se enfrenta a la reflexión y a la memoria. Para Grau, la pintura es, en sí misma, una forma de pensamiento. Indagando en la expresividad específica de la pintura, Grau crea paisajes de un dramatismo expresionista de profundidades abismales, atmósferas oníricas y espacios emocionales de una gran acidez. Xavier Grau pinta, en definitiva, para tener ideas.