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TT
1988
Óleo y laca sobre tela y madera
Medidas: 70 x 37 cm 70 x 63 cm 45 x 50 cm
Referencia: ACF0380
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La obra de Helmut Dorner resulta, a primera vista, de difícil comprensión. El espectador se siente cautivado e intrigado por las formas de sus pinturas, a la par que rechazado por las difíciles lecturas de la pieza ante la que se halla. Esta contradicción es la primera herramienta de la que se vale el artista para proponer unas reglas de contemplación de la obra de arte diferentes de las habituales. El juego no es fácil. Por una parte, para atraer nuestro interés, nos propone unos formatos accesibles –muy cercanos a las magnitudes que acostumbramos a encontrar en nuestro entorno cotidiano, aunque guste de contrastar diferentes tamaños en sus dípticos y trípticos– y una combinación de formas y colores que no se alejan de nuestra posible idea de belleza. Sin embargo, y en claro contraste con lo anterior, Dorner utiliza títulos incomprensibles, con algunas vagas referencias a juegos de palabras de laboriosa interpretación, y un espectro de referencias extraídas de la realidad que no ayudan a entender la obra. Su voluntad de poner un especial énfasis en el contenido de su trabajo se ve acentuada por el recurso de la tridimensionalidad. Estamos acostumbrados a ver la pintura sobre lienzo a pocos centímetros de la pared, separada por un bastidor que cumple una función únicamente práctica. Sin embargo, Dorner pinta sobre voluminosas tablas de madera o monta sus telas en gruesos listones; en ambos casos, el objetivo que busca es separar la superficie pictórica del muro en el que está colgada. Su intención, más que aislar ambos planos, es interferir en la percepción que el espectador tiene del plano pictórico. Sus pinturas pueden agruparse en función de la apariencia que da a sus superficies y de los materiales que emplea. Un primer grupo es el de las pinturas al óleo de acabado espeso. La herencia de su maestro Richter es aquí clara; a diferencia de él, sin embargo, Dorner no compone sus figuras, sino que sigue criterios de abstracción pura. Un segundo grupo está compuesto por aquellas pinturas que van más allá de esa abstracción, con una saturación de óleo tan intensa que hace difícil distinguir cualquier imagen. El tercer grupo lo constituyen las pinturas en laca dura en las que aparecen sencillos motivos geométricos. Parecen fragmentos de un esquema mayor, pero nunca se manifiestan en una composición que pueda sustentarse por sí misma. Recuerdan vagamente las trazas de un estampado. Estos tres tipos de pinturas aparecen combinados en sus obras. Así, su tríptico TT presenta a la izquierda una composición con dos tonos de marrón; en el centro, una laca de color muy oscuro, en la que podemos reconocer el contorno de una forma cotidiana, una taza; y a la derecha, un óleo cuya acumulación de materia pictórica otorga todo el protagonismo a la traza del artista. La sencillez de sus formas oscila entre lo aparentemente decepcionante y lo decididamente confuso. Si bien cada una de las tablas sugiere ideas elementales, la compleja sintaxis de sus composiciones de grupo nos obliga a hacer lecturas que combinan la emoción y la comprensión. Es el caso de AS, dos pinturas que contrastan fuertemente entre sí por su manera de ordenarse y de enlazar las ideas que sustentan. Dorner nos ofrece a partir de estas escuetas imágenes un gran número de aproximaciones a una realidad que no necesita de mayores explicaciones ni comentarios. Su cuestionable idea de belleza, alejada de las estériles posturas de otros pintores que influyeron decisivamente en la evolución del arte en los primeros años ochenta, es una muestra de que los creadores pueden fusionar sus expresiones más personales con la adopción de una postura crítica hacia determinadas manifestaciones artísticas. BSTO II, por su parte, pertenece a una época posterior, en la que Dorner elaboró obras realizadas íntegramente en laca dura sobre tela. En este tríptico Dorner vuelve a jugar hábilmente con la percepción visual del espectador, poniendo su acento en la idea de ligereza y de luz. A diferencia del óleo, la laca permite a Dorner un acabado que enfatiza estos conceptos, aunque siempre dentro de su voluntariamente limitado repertorio de formas geométricas: en los dos elementos de los extremos, una trama realizada con barniz metalizado y, en el centro, una oscura superficie en la que se pueden distinguir unas formas imprecisas, posiblemente pertenecientes a un código de expresión gráfica. A propósito de la primera exposición de Dorner en Nueva York, el crítico estadounidense Donald Kuspit escribió: «La obra de Helmut Dorner es pintura postmoderna al máximo de su maestría y convicción: una irónica e híbrida conjunción de los modos de la Modernidad usada en su justa medida. […] Ha abierto un nuevo territorio a la pintura o, mejor dicho, ha demostrado que la pintura puede aún descubrir un territorio desconocido».

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