Como un mazazo a las adocenadas e hipócritas mentes bienpensantes supo el artículo «Retrato del artista desahuciado», que Pepe Espaliú publicó en el diario El País el 1 de diciembre de 1992. En él, con la destreza literaria que caracterizó a un artista que también fue poeta, denunciaba la crueldad con que se trataba a los homosexuales en España, llevándose la Iglesia católica sus dardos más envenenados. Espaliú, que se declaraba abiertamente homosexual, convirtiéndose así en un pionero de la causa gay, habló asimismo de su condición de enfermo de sida. Un acto de mérito en unos momentos en los que se estigmatizaba a los sidosos, arrumbándolos a la exclusión y al desprecio.
Luisa II es una pieza que consiste en dos jaulas de hierro de cabeza puntiaguda, casi gótica de apariencia. Del fondo de las jaulas salen una serie de filamentos que descienden casi dos metros hasta abrazarse, fundiendo de ese modo ambas piezas en una continuidad material y simbólica. La primera versión, Luisa, difiere de la comentada en el tamaño y el aspecto de las jaulas: en el primer caso las curvaturas son más suaves y redondeadas. El título de la obra se refiere a una amiga del artista, Luisa Martínez, adalid de la lucha contra el sida en Madrid, que murió también a causa de esta patología.
El uso de las jaulas es para Espaliú una metáfora que incidía en el aprisionamiento que suponía para los enfermos de sida vivir con una enfermedad que se había asociado interesada y malévolamente con hábitos y comportamientos heterodoxos (toxicomanía, prácticas sexuales anales, etc.) y con personas de etnias minoritarias (negros, hispanos…). Estar enfermo de sida equivalía a rechazo, odio y demonización, a aislamiento y reclusión. Los sectores más conservadores, beatos y ultramontanos, dentro y fuera de España, lo daban a entender con su ultrajante política. Espaliú, en cambio, buscaba solidaridad y apoyo allí donde había hallado incomprensión y oprobio. De ahí que las jaulas, símbolo de la cerrazón social y también del ostracismo impuesto a los sidosos, estén entrelazadas, pues para los propios enfermos de sida y para quienes les querían era fundamental sacar fuerzas de flaqueza en la cárcel en la que se veían atrapados.
Espaliú, que llevó a cabo dos luminosas performances en las calles de San Sebastián y de Madrid en 1992 para mostrar a la ciudadanía que no corría ningún riesgo por tocar y estar en contacto físico con un enfermo de sida –él mismo fue llevado en volandas por distintas parejas–, buscó en la escultura incontables recursos o figuras que se adentraran en la problemática de la exclusión. Así, amén de las jaulas, brotaron de su imaginación portentosa a lo largo de los años caparazones de tortuga, cuerdas-embudos, cajas desfondadas, campanas escindidas, mutiladas o palanquines (los Carrying, que dieron nombre a un proyecto colectivo único en el arte español: The Carrying Society). Con estos cuerpos escultóricos, ora opacos y herméticos, ora incompletos y fisurados, Espaliú elevaba a los llagados de la sociedad (los enfermos, los que sufrían postración, los violentados por el insulto y la denigración) a una esfera de dignidad: allí donde mujeres y hombres se hacen solidarios en el respeto a la diferencia.