Esta escultura de Richard Long es un cuadrante de coronas circulares concéntricas realizadas en mármol blanco, y se inscribe en el ángulo recto que delimitan los dos muros arquitectónicos. A partir de la segunda mitad de la década de los sesenta, la noción de escultura se amplía ostensiblemente. Gracias a los postulados minimalistas, el análisis del espacio en el que deberá inscribirse el objeto escultórico adquiere una importancia capital, y en consecuencia también se verán modificadas las relaciones que el espectador establece con la obra de arte. Asimismo, las dimensiones escultóricas se amplían considerablemente, y aquellas convenciones que habían regido el objeto escultórico quedan del todo superadas por la incorporación de nuevos materiales, pero también por una distinta utilización de los materiales escultóricos clásicos, como en el caso de Long. El mármol deja de ser el bloque escultórico que hay que esculpir, y son precisamente esos pequeños fragmentos, esas esquirlas sobrantes, los que en realidad conforman la escultura. El suelo acoge la escultura y se convierte en una superficie determinante para el resultado final de la pieza; pero no es solo el suelo el que define la intervención escultórica, sino toda la arquitectura circundante. Dentro de este análisis del espacio propuesto por el minimalismo y por el arte povera, la solución resultante es que la obra se asocia estrechamente a la especificidad de un lugar. Para Long, las esculturas de interior se convierten en una especie de imágenes de los gestos realizados por él mismo al recorrer el paisaje; por ello su obra puede considerarse como algo parecido a un autorretrato, pues, como él mismo sostiene, el hecho de caminar a través de un paisaje es tanto un modo de medirlo (de aprehender sus medidas, su forma, su orografía) como una forma de medirse a sí mismo, y podríamos añadir que también es una forma de medir esa arquitectura interior que acoge sus propuestas. Por otro lado, con sus piezas de interior Long busca presentar también una obra real en un espacio y un tiempo públicos, y así conseguir una mayor amplitud, más allá de sus acciones en solitario en paisajes tan distantes e imponentes como las montañas del Hoggar en el Sáhara, el Himalaya o las estepas de Laponia.