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Desde la azotea
Título original: Des del terrat
1985 -
Zinc y cerámica refractaria
Medidas: 225 x 200 x 600 cm
Referencia: ACF0255
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En 1973 Miquel Navarro inicia la que será su gran aventura escultórico-arquitectónica: La ciutat. Hecha a base de materiales refractarios, terracota y vidrio, esta magna pieza lleva en sus entrañas la semilla de una forma de aproximarse al fenómeno artístico que ha caracterizado a Miquel Navarro y que le hace inigualable en el contexto de la escultura occidental contemporánea. Desde entonces, su voluntad de construir remedos de urbes, a caballo entre la fantasía, el futurismo y las moradas del pasado, se ha afianzado. La huella de tiempos arcaicos, presente de modos diversos en su obra, proviene tanto de escarbar en los orígenes del artista en su ciudad, Mislata, como de la tradición valenciana más amplia, en la que ladrillo y terracota conviven con las iglesias barrocas de cubiertas plagadas de azulejos azules, y de ornamentaciones modernistas, tan mediterráneas. Des del terrat se compone de un conjunto de piezas de diferentes tamaños y alturas, en las que la cálida arcilla cohabita con la frialdad del plomo y el zinc, aunque estos materiales aparecen parcialmente manchados de escayola. Con estos componentes de apariencia contrapuesta, Miquel Navarro saca a la luz rasgos propios de urbes tan distintas como la figurada por Fritz Lang en Metrópolis, el Nueva York de esta centuria y las ciudades milenarias (Mali, Mauritania, Yemen, Marruecos…). Dividida, grosso modo, en dos sectores de altura harto diferente, el bajo bosque de piezas arcillosas y el bloque de plomo y zinc fraguado a base de elementos que recuerdan aperos de labranza, azadones y palas, en Des del terrat el artista hace un uso mezclado de ambos mundos, verbigracia, al permitir que el primero sea atravesado por una suerte de avenida metálica. Torre es una pieza exenta consistente en una estructura octogonal de madera de color claro, rematada por placas rectangulares de zinc soldadas, de las cuales emergen formas variopintas: una cresta, un tubo-desagüe, una canaleta, una punta de lanza… Finalmente, Pouet es una obra vertical, de hierro pintado, que consta de una estructura rectangular central a la que se han adjuntado un cono-embudo y unas pértigas situadas diagonalmente a modo de flechas, que producen una sensación de surtidor semejante, aunque de tamaño más reducido y sin función práctica, a las fuentes que el artista hizo levantar en Turís, Valencia –obra conocida popularmente como «Pantera Rosa», que conmemora la traída de aguas a la capital del Turia– o a la situada en 1999 en el exterior del Espai d’art contemporani de Castelló (EACC). El interés de Miquel Navarro por representar fuentes, pozos, abrevaderos y sistemas de canalización, siempre modificados y alterados mediante un juego estético de guiños surreales, con un algo de constructivista y de fantástico a la vez y sin orillar el ingrediente sexual, procede del entorno cultural e histórico en el que se ha forjado el artista. Las acequias valencianas y los sistemas de irrigación que dejaron los árabes en tierras de regadío acostumbraron el ojo del artista al fluir de las aguas. Y es sabido que el agua simboliza el pasar del tiempo; también la fertilidad y la eternidad. Sin embargo, todos los elementos, torres, pozos, fuentes, edificios sin uso preciso…, confluyen en un espacio mayor, la ciudad, sin una orientación funcional; al contrario, repleta de irregularidades, a pesar de la rigidez del trazado. En esa ciudad, que más que utópica es invivible, no hay seres humanos que deambulen por las calles; a lo sumo una presencia repetida de símbolos fálicos, abundantes en la obra de Miquel Navarro hasta el punto de que parece inevitable una lectura de cariz homoerótico. Un mundo masculinista enfrentado a formas redondeadas que la tradición define como femeninas. En ese combate lo masculino tiene todas las de ganar, y así se pone de manifiesto en unas urbes en las que la hegemonía de la vertical y de las formas aceradas y cortantes domina sobre la mansa horizontalidad, uniendo masculinidad a ejercicio de poder. Dicho esto, en otras piezas (Multitud, 1992) la ciudad brilla por su ausencia, siendo en esta ocasión el contingente humano el principal eje de la obra: un sinfín de figurillas de plomo que semejan autómatas perdidos en la inmensidad del espacio.

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