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Sin título 4-7
1985
Hierro y cemento con pigmentos naturales
Medidas: 102 x 70 x 43 cm
Referencia: ACF0219
Las dos piezas de Cristina Iglesias de la colección de la Fundación ”la Caixa” que se comentan aquí [Sin título 4–7 y Sin título M/m 1] delimitan perfectamente los motivos y temas de interés de esta artista durante su primera etapa de madurez, muchos de los cuales han pervivido inalterables durante la década siguiente. En primer lugar, la escultura entendida en dos vertientes principales: como construcción individualizada y creadora de un espacio propio, y a la vez como transformadora del espacio circundante. Ello implica, de inmediato, la colaboración del espectador, del que se requiere una actitud activa. De alguna forma, éste siente que está en el interior de la escultura, que la pieza le rodea y, en no pocos casos, que sus propiedades son las definitorias de la pintura, por más que nada específicamente pictórico se sume a ellas.
En segundo lugar destacan la profusión, la originalidad y la elegancia de los materiales que usa. No solo en sí mismos, sino por su adecuación a determinados conceptos, uno de los cuales es central en su trabajo: para Iglesias la escultura no es solo algo exterior dado a la apreciación, sino una especie de piel –rígida, rugosa, impredecible en su bullente y secreta vida interior– que tanto puede hacerse cubículo habitable como dilatación, a veces filtrable, de la pared.
Un material dominante es –al menos en esta y en otras muchas obras del mismo momento e incluso posteriores– el cemento tratado con pigmentos colorantes y modelado como si se tratara de escayola o barro. También, en contraposición a éste, el metal: hierro y cobre en esta primera época, a los que en obras más recientes ha añadido el aluminio. También se utilizan el cristal o el vidrio, incoloro o tintado, emparejado o sustituido, a veces, por el alabastro. A estos, que podríamos denominar «elementos constituyentes», se incorporan otros como por ejemplo la madera, las resinas, los tapices o los papeles pintados, en una yuxtaposición paralela a la de sus características espaciales.
En tercer término, en su obra tiene una importancia estructural la luz, o las sombras, que en este caso son inevitables compañeras, para conferir a las piezas esa cualidad de lugares accesibles o de zonas de tránsito en las que el espectador debe adentrarse o debe rodear para lograr un entendimiento cabal. En no pocos casos, sin embargo, esa actividad se queda en deseo interrumpido, pues Iglesias estrecha voluntariamente los espacios hasta convertirlos en la mera promesa de que detrás existe algo que nos resulta, no obstante, inalcanzable.
Por último, tal como ocurre en Sin título M/m 1 y en muchos otros de sus trabajos, debe señalarse como un componente más de la escultura el aprovechamiento de las paredes de la sala donde se instalan las obras. Ello provoca nuevas posibilidades para la dialéctica exterior–interior, clave en el pensamiento de esta artista, y asimismo una articulación de las piezas en cada espacio concreto donde se disponen.
Se ha dicho, con fundamento, que las obras de Iglesias nos remiten a paisajes olvidados o a recuerdos encubiertos de lugares, y también que son evocadoras de construcciones, como arcos o puentes (una imagen que podría sugerir Sin título 4–7). Sus obras son también paradojas para la percepción y para nuestro concepto de la escultura, pues amalgaman principios contrapuestos, a la vez que adquieren características escenográficas que nada tienen que ver con los modelos de instalación convencionales.
La poética de Cristina Iglesias se despliega en el acoplamiento de unos símbolos que hacen referencia tanto al espacio como a la biografía personal o a la historia inmediata, una perspectiva que ha permitido vincularla a escultores como Thomas Schütte o Reinhard Mucha.