Carmen Calvo ha mantenido a lo largo de los años una constancia envidiable. Desde sus primeras obras, a mediados de los años setenta, la artista valenciana se echó a la palestra pictórica recurriendo a materiales primarios tales como el barro cocido, la tiza, las ramas o las teselas de cerámica, tan propias de la tradición levantina. Materiales todos que con sumo esmero iba colocando sobre la tela, alineándolos en torno a ejes horizontales. Esta voluntad de orden en lo relativo al espacio pictórico la llevó a trabajar en series, que en sí mismas eran también una manifestación de ese orden. Destacan, en ese sentido, las dedicadas a las escrituras y a los paisajes.
La delicadeza y el tacto que caracterizan su obra han dado pie a que esta fuera leída, en ocasiones, siguiendo postulados femeninos (que no feministas), como si dichas cuestiones, ancladas en una supuesta sensibilidad diferente, fueran patrimonio exclusivo de las mujeres. No parece que sea intención de la autora vincularse con planteamientos estéticos como los formulados por artistas tales como las norteamericanas Miriam Schapiro o Judy Chicago, por citar algunas creadoras a las que se ha relacionado con la pattern painting y el feminismo incipiente de los años setenta, pese a que haya ciertas similitudes formales con la obra de la artista valenciana. Carmen Calvo rechaza tales analogías y reivindica una postura clara y firmemente anclada en su recorrido individual, sin que ello le impida afirmarse como artista activa en el seno de una generación que ha aprendido del legado de la tradición. De ahí que se pueda aseverar, sin demasiada osadía, que Carmen Calvo retoma la problemática de los géneros (a saber, el bodegón, el retrato, el paisaje) reinventándolos, incorporando elementos procedentes de las vanguardias clásicas que conviven con otros alusivos a períodos anteriores a la modernidad. De ese modo, la pieza Serie Paisajes (1979) presenta una tela rectangular de color crudo en la cual la artista ha situado un sinfín de diminutas figurillas arbóreas y floreales hechas a base de barro cocido. Un material este que Carmen Calvo ha empleado profusamente, y que en la mayoría de los casos cobra la forma de pasta solidificada salida del tubo y embadurnada del color procedente de la arcilla licuada. Con esta obra, y con otras similares, Carmen Calvo crea el antipaisaje, huyendo tanto de la perspectiva renacentista como de otras posteriores, anulando de esa manera el juego entre fondo y figura.
Con Tal cual (1989), una tela de formato cuadrado que funciona a modo de collage, consistente en un conjunto de objetos adheridos a la misma (llaves, concha, flor de plástico, espejo, botones, cuadrito en miniatura, tela bordada en forma de corazón…), Carmen Calvo introduce la subjetividad por la puerta grande, mediante la plasmación de algunas de sus obsesiones y fantasías: así, la llave que abre la puerta de los sueños y de los secretos (un guiño surrealista), los objetos punzantes alusivos a la sexualidad coital, los amuletos que evocan pasajes de trascendencia religiosa (fetiches y exvotos de una vida plagada de recovecos). Y todo ello con un aire añejo, de tiempo pasado, de infancia y adolescencia revividas.
Recuperación (1993), la más reciente de estas tres obras, es una pieza sobre lona con la que la artista recobra usos y costumbres que se remontan a los inicios de su trayectoria. Entre ellos, la extrema austeridad de formas, la enumeración (inscripción de números aleatorios), la alineación de elementos a modo de texto, el cromatismo pardo, terroso. Como si en tantos años Carmen Calvo, fiel a sí misma, no hubiera abandonado nunca sus firmes principios.