A principios de los años ochenta, las atmósferas herméticas y las superficies casi uniformes -de una gran solemnidad- de la obra de Broto se volvieron más líricas y emotivas. Interesado por la memoria y la tradición de la pintura, Broto trabajó en una línea que conectaba con la abstracción informal, valorando en especial las posibilidades expresivas del color. El gesto, a menudo en un estado de semiautomatismo, se liberaba en manchas, pero la composición seguía siendo marcadamente estructurada. Sin título (1982) data de este período en el que Broto vertebra y articula los colores, que tienden a ocupar toda la superficie del cuadro con impactos cromáticos limpios y vivos, muy luminosos. El blanco de la tela, que en obras anteriores lo dejaba crudo prácticamente todo, se recubre de una forma armónica. La utilización de nuevos procedimientos técnicos o recursos plásticos, como el óleo, permiten que la materia pictórica, muy rica, pueda trabajarse desde la acción y la vitalidad de cierto impresionismo abstracto.
Después de un viaje a Italia, la obra de Broto adquirió una gran contundencia. En su producción comenzaron a aparecer vestigios barrocos y formas metafóricas del mundo bizantino, formas de monumentos y montañas concebidas desde una gran sobriedad. Los fondos, cada vez más uniformes, se oscurecieron, y el repertorio iconográfico se enriqueció con referencias figurativas muy simples. Estas imágenes ambiguas constituyen elementos referenciales en un sentido esencialmente emblemático, con una marcada preferencia por los símbolos románticos o las formas mínimas, que se relacionan dialécticamente con la base pictórica de la obra. En un universo de enfrentamiento entre el azar y el orden, los paisajes, los torreones en ruinas y los obeliscos, las escaleras, las huellas, los trazos y los drippings configuran el espacio de la memoria de su pintura. Entre constructivo y lírico, el artista se interesa por el expresionismo abstracto americano -Jackson Pollock y Mark Rothko- y deja el color en libertad en una pintura suntuosamente umbría, de una gran intensidad. En 1984 Broto se trasladó a vivir a París, donde llevó a término un ciclo completo de cuadros en relación con las aguas turbulentas de los lagos, los ríos, las fuentes y las cascadas. Celebración en el lago I (1984), una de estas obras, presenta una atmósfera angustiosa, de gran romanticismo y furia, que se debate entre el caos y un extraño vacío. El negro, que ocupa toda la tela, es azotado, rasgado por una punta afilada que deja nacer una luz violenta de la oscuridad. Entre las obras de este período hay una clara referencia al lenguaje pictórico clásico de Antoni Tàpies, Robert Motherwell y Cy Twombly.