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Sin título (The Adversary)
1994
Madera, pintura y cinta adhesiva
Medidas: 245 x 177 x 86 cm
Referencia: ACF0003
«La casa », su idea -cito literalmente el título de una exposición con ese tema, celebrada hace unos años en Madrid- ha sido uno de los motivos insistentes en la reflexión de los escultores contemporáneos, y también de pensadores y escritores. De hecho, a algunos de ellos sus casas los definen tanto como a sus obras.
La cuestión no se resume únicamente en los aspectos arquitectónicos de la casa, ni en los parecidos formales de las esculturas con la noción de «casa» -una noción, por cierto, cuyo «dibujo» nos acompaña desde la infancia, pues no hay niño que no haya trazado la imagen inventada de la suya-, sino que tiene que ver con la idea de habitar, del modo en que nos acomodamos a los espacios en los que vivimos, del tipo de intercambios que mantenemos, allí guarecidos, con nuestros semejantes, y también del tipo de transacciones que realizamos con los objetos domésticos.
Durante los años 1994 y 1995, Pello Irazu se dedicó a explorar su imaginario de la casa. Llegó hasta el punto de ponerla boca abajo; y nunca mejor dicho, pues eso es lo que hizo en una pieza monumental de 1994, Dreambox (La casa), en la que el tejado de la casa reposa sobre el suelo, sus paredes se abren en anchos vanos interrumpidos por exiguos muros de ladrillo pintado, y carece de puertas.
Algunas otras piezas, entre las que se cuenta Sin título (The adversary), remiten a ese motivo, en el que también podría encuadrarse Summer Kisses. Si esta última tiene algo de alegre y perverso, The adversary lo tiene de inquietante e inhóspito. Se trata de dos trozos de muro (mejor, de la representación de un muro) apoyados sobre la pared de la galería, con un tejadillo de madera tan angosto que no ofrece protección ni cobijo alguno y una estrecha franja abierta entre ambos, que no permite el paso hacia el otro lado, aunque sí permite saber que allí, detrás de la pared, sólo hay más pared.
Se dice que habitamos donde más a menudo dormimos, y por tanto donde más veces soñamos. De ahí venga quizás la razón por la que José Luis Brea, en su comentario a la casa de Irazu, la denominase «la casa de los sueños: una buena casa».