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Palestrina
1990
Acrílico y collage sobre tela
Medidas: 260 x 260 cm
Referencia: ACF0547
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En 1985 Broto expone por vez primera en la galería Adrien Maeght de París. En esta nueva etapa, los paisajes son menos pintorescos y figurativos. La dureza y la opacidad y una abstracción cada vez más depurada rigen estos espacios desolados y visionarios. En ocasiones dejan aparecer alguna imagen onírica, en un juego de libre asociación que en alguna obra da lugar a cierto automatismo y a elementos coloristas que evocan la obra de Joan Miró, artista muy admirado por Broto. Sus composiciones, formalmente austeras y equilibradas, continúan definiendo espacios de reflexión que no renuncian a la concentración y la síntesis. Técnicamente, el pintor vuelve a utilizar el acrílico y, ocasionalmente, los alquitranes. Haciendo una simbiosis entre surrealismo y abstracción, sus pinturas nos ofrecen tensiones extremas en imágenes de naufragios, sombras de calvarios, siluetas de la península ibérica, apariciones de figuras femeninas, escalinatas, coronas, rascacielos, formas geométricas, figuras heráldicas, banderas medievales, ideogramas, horizontes rothkianos, caminos sinuosos que recorren abismos, presencias metafóricas del mundo oriental, etc., vestigios metafísicos, antropológicos y cosmológicos o mitos que nos cuentan historias sobre dioses, santos y héroes. A finales de los años ochenta, Broto se trasladó a París y pintó la música de Claude Debussy, de Olivier Messiaen, de Erik Satie y de Maurice Ravel en una serie de cuadros que se inspiran en la cultura francesa. Constantemente preocupado por el orden y la armonía, por el aspecto compositivo y de construcción del cuadro ante la energía inestable del movimiento, en la obra Debussy (1988) Broto dibuja una línea sinuosa, que es como una grafía o como un simple gesto. En un constante juego de dualidades, esta caligrafía, que adopta las formas concretas de una danza, le permite hablar de conceptos relacionados con la pintura: profundidad ficticia, ilusión de la perspectiva o plano bidimensional. El procedimiento del dripping vuelve a adquirir el protagonismo de años anteriores. Las obras de José Manuel Broto son universos sígnicos y gestuales de una gran condensación significativa, espacios donde predomina una tensión constante que emerge de la investigación perseverante y tenaz de nuevas soluciones pictóricas. Son, en definitiva, paisajes interiores inaccesibles a la interpretación que nacen de una insondable meditación: «Continuar pintando, para mí, es, en definitiva, reivindicar la posibilidad de continuar pensando». En 1995 le fue concedido el Premio Nacional de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura.

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