En la pintura de Palazuelo se observa un intento, a veces inalcanzable, de representar la lógica del azar. Esto –esta voluntad estructural, arquitectónica, científica, falsamente impersonal– hace que sus cuadros aparezcan como auténticos manifiestos acerca de cómo se materializa el lenguaje abstracto.
Así, la alborada a la que se refiere el título, una composición musical que celebra el amanecer, une dos aspectos significativos en la obra del artista: la luz, entendida como una sucesión de planos cromáticos, una variación óptica, y la idea de serialidad, representada mediante unas formas que configuran una especie de secuencia rítmica, un movimiento que vibra y se desplaza horizontalmente a través de la superficie del cuadro.