En los inicios de la década de los ochenta, a contrapelo de un expresionismo rugiente mimetizado de la pintura alemana, Guillermo Lledó se establece en un minimalismo que, algunos años más tarde, definiría de este modo: «Deseo que las formas sean simples y claras, que se retengan con facilidad. Deben aparecer después de eliminar lo accidental, poseer las propiedades de un esquema y el valor de lo arquetípico».
Consciente de los límites de la representación, el propio artista vincula su obra y sus ideas a las de nombres como Richard Serra, Richard Artschwager, Hubert Kiecol, Per Kirkeby, Dan Graham y Robert Morris.
Las dos maderas, Madera pintada, 1 y Madera, 4, fechadas con tan solo un año de diferencia, encarnan algunas de las virtudes y características –si no todas– de las obras de Lledó. La sustancia misma de la madera se comporta como significante de la pieza, ofreciendo sus vetas, su color natural o pintado de un único color, como argumento principal, al que lógicamente se añaden la forma del perfil –rectangular o redondo– y la estructura fragmentaria de tablones ensamblados en un orden determinado.
La materia y su distribución, así como su instalación sobre el muro, a modo de cuadros con volumen, juegan con la ambigüedad de la percepción del espectador y a la vez remiten a la memoria y a la presencia de lo humano.
Madera pintada, 1 es la primera obra de una larga serie en la que Lledó desarrolló diversos tratamientos sobre el soporte. En este caso, como él mismo cuenta, la pintó con una capa de Titanlux y, como no le agradaba el resultado final, la repintó al óleo, motivo por el cual se produce esa peculiar reverberación del color en los bordes de las áreas pintadas. Madera, 4, como las obras restantes, está pintada de un único color con pintura sintética.