El año 1983 bien puede ser considerado como el del inicio de la madurez creativa de Förg, aquel en el que las distintas vertientes por las que se ha inclinado comienzan a hallar su lógica de disposición y de significado. Esto es especialmente explícito en la fotografía. Sus motivos principales son los elementos y estructuras arquitectónicos y, entre ellos, singularmente, las ventanas, bien de un período determinado –el del racionalismo durante el dominio fascista en Italia, con especial atención a los edificios de Adalberto Libera o Giuseppe Terragni, o las edificaciones soviéticas–, bien de casas concretas que tienen para él un significado a la vez estético y personal, como la casa de Curzio Malaparte o la que el filósofo Wittgenstein diseñó para su hermana Margaret; o, por último, casas de coleccionistas o galeristas de arte.
En esta serie de fotografías no aparece jamás la figura humana. Posiblemente por este motivo, como contrapunto en ocasiones biográfico, el artista intercala retratos femeninos en medio de la serie de edificios.
La escalera o las escaleras han sido un motivo sobresaliente tanto de las vanguardias (Duchamp y su célebre desnudo) como de las posvanguardias (Blinky Palermo). En Förg, además de constituir casi un leitmotif fotográfico, la escalera interpreta también un suceso personal: su caída por el hueco de una escalera, que ha reflejado en las obras de la serie «Caída». De ahí, quizás, la absoluta predominancia del punto de vista en picado que nos remite, al tiempo, a su declarado interés por el cine (Godard, Hitchcock y el cine expresionista alemán primordialmente). También a ciertas escenografías de Piranesi, de cuya obra grabada Förg es, por cierto, un declarado coleccionista.
Sus fotografías, de tamaño mucho mayor que el habitual en los fotógrafos profesionales, están sólidamente enmarcadas, con un cristal que produce un efecto de espejo y, en bastantes ocasiones, con el paspartú limitado a solo tres de los lados del cuadro. En palabras de Förg: «Lo que me importa es cómo se miran las imágenes. Cuando están colgadas en la galería –o en cualquier otro lugar–, se refleja en ellas el espacio. Hace falta, entonces, que uno ande por ese espacio. Es muy poético pasear de ese modo y tener siempre vistas a una ventana».