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Ícaro o el peligro de las caídas
Título original: Ícaro o el peligro de las caidas
1980
Acrílico sobre tela
Medidas: 120 x 184 cm
Referencia: ACF0144
Guillermo Pérez Villalta convierte el famoso acceso a la certeza cartesiana en un «pienso, luego pinto». Este artista que repudia el calificativo de figurativo o, por supuesto el de realista, para sugerir que su localización es la de «artista de lo imaginario» ha manifestado, permanentemente, su anhelo de belleza, al mismo tiempo que su placentera vinculación con la pintura de la que ha compuesto distintas alegorías.
En este cuadro condensa una compleja reflexión sobre el proceso creativo, localizando, con un cierto descentramiento una especie de estudio de pintor ocupado por un inmenso cuadro, que representa la figura mitológica de Ícaro, enfrentado a un lienzo que vemos de canto en un juego de invisibilidad velazqueño. La puerta del fondo, a la que nos dirige una barra (acaso un tubo fluorescente) que desbarata la perspectiva y revela la artificiosidad del conjunto, enmarca un raro bodegón que subraya la dimensión de lo ornamental. En uno de los laterales descompone, como en unas volutas, una escalera de caracol, mientras en el otro extremo parodia una superficie gestual-abstracta en la que destaca la presencia (mínima) de unos pies que revelan la dimensión horizontal. Ascenso y caída, interior y exterior, figuración y abstracción, dispositivo alegórico y símbolo mitológico, todo eso queda tejido con una potencia admirable en este cuadro en el que la luz y la alusión a la exterioridad es decisiva. Ícaro está vinculado a la metis (astucia) griega o, mejor, al castigo que cae sobre la astucia soberbia de su padre Dédalo: el intento de salir del laberinto volando termina en la vertiginosa caída. Vinculado a ese desdichado se encuentra Faetón, el hijo de Helios y Clímene que, conduciendo el carro del Sol, perdió el control de los fogosos corceles y lo precipitó en llamas sobre la tierra. Guillermo Pérez Villalta realizó las ilustraciones del Faetón del duque de Villamediana. En el cuadro Elías o el Antifaetón (1985) vemos un caballo que cae del cielo y dos figuras cerca de la noria del Grand Verre duchampiano, detenida por un árbol que crece: «de algún modo la naturaleza o el crecimiento natural es lo único que puede interrumpir la cadena de pensamientos». Faetón, según explica el mismo Pérez Villalta, es el personaje manierista por excelencia, el que busca, el que quiere arrastrar el carro del Sol y sus facultades no se lo permiten, pero a veces representa -como sucede en los bocetos que hiciera en 1987 para la decoración de un comedor- el agua, el verano y la juventud. En la representación de Ícaro es importante reparar en la presencia de las líneas geométricas que han permitido la composición del dibujo (recordemos que este artista ha defendido, en clave de revisión histórica, la idea del dibujo florentino frente a la pintura veneciana), de la misma forma que en ese suelo marcado por las huellas del color hay un diseño reticular. Las repeticiones y los ecos, así como el salto entre escalas y dimensiones heterogéneas convierten a este cuadro en una escenografía de tensión extraordinaria, con ese símbolo inquietante de la caída fijado en una especie de escudo, parecido a ese que está apoyado sobre una columna en algunos de los dibujos de la escenografía de la obra teatral El último desembarco. El artista introduce el testimonio corporal de los pies para dramatizar su estar al borde de un precipicio: «Si no hubiera sido por la pintura -ha declarado Guillermo Pérez Villalta-, hace tiempo que habría desaparecido. El arte tiene un efecto terapéutico, y ese efecto, a mí, me mantiene vivo. La pintura ha evitado que me suicide o termine encerrado en un manicomio». Sin duda el arte puede tener virtudes terapéuticas, especialmente para un artista como este que ha tomado la decisión de subir por la escalera de caracol del conocimiento: «Siempre sobre el mismo paisaje pero cada vez más alto y con más perspectiva, con más sabiduría, con más memoria y más cansado».