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La Hermandad
1994
Videoinstalación: monopatines de piel de cerdo, mesas de madera, barras de aluminio, monitores TV y vídeos transferidos a DVD (color, sonido)
Medidas: 60' Dimensiones variables
Referencia: ACF0081
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Desde mediados de los años ochenta, el panorama plástico venezolano sufrió cambios decisivos que permitieron la incorporación de algunos de sus artistas a la escena internacional. Meyer Vaisman, Sammy Cucher o José Antonio Hernández-Díez son buenos ejemplos de esa ruptura. Las instalaciones de Hernández-Díez, desde principios de la década de los noventa, tienen algunas características comunes que se podrían resumir en la combinación de estructuras escultóricas -que hacen referencias al mobiliario, partiendo de formas minimalistas- con monitores de televisión en los cuales se pueden ver imágenes relacionadas con reelaboraciones de la cultura popular y/o visual, o bien con la realidad de su país. En este sentido, los muebles por él fabricados sirven como soportes donde asentar las imágenes y, al mismo tiempo, señalan la imposibilidad de separar ambos medios: el contexto es lo que dota de sentido a la obra, no siendo posible su desarticulación por partes. Aunque en una cultura visual lo que se ve en un televisor atrapa la mirada del espectador, en las instalaciones de Hernández-Díez esto sirve como llamada de atención para que sumergirnos en una hermética ficción a través de lo hiperreal. Así, en In God We Trust I (1991), las imágenes de los saqueos de 1989 en Caracas se enmarcan en una estructura tradicional de poder (la pirámide y el ojo que todo lo ve), y en San Guinefort (1991) el artista recurre a una historia popular medieval, aunque la apariencia de la instalación sea muy tecnológica. Aquí encontramos uno de los hilos que han unido los trabajos del artista durante casi toda la década de los noventa: la imbricación de lo popular y local con lo tecnológico e internacional. De algún modo, podría afirmarse, del enfrentamiento de estas dualidades surge un trabajo que se elabora en el conflicto, característica que podría ser común denominador del mejor arte latinoamericano de los noventa. La hermandad (1994), presentada en la exposición «Cocido y crudo» (1994), posee muchos de los elementos señalados anteriormente. Por un lado, continúa utilizando mobiliario como soporte de monitores de televisión, y por otro apunta el conflicto surgido de la mezcla de culturas, señalizado en este caso mediante la realización de monopatines con piel de cerdo frita (el chicharrón venezolano). Iconográficamente, la piel de cerdo ya había sido utilizada en Los tres X (1993) y, a su vez, el perro, aunque en un sentido diferente, en la nombrada San Guinefort. Del mismo modo, el choque social y cultural está presente tanto en ésta como en las obras precedentes. El artista, además, nos propone dos planos: por un lado, el de la realización de los monopatines (visto en las pantallas), y por otro el de su exposición en una barra, que permite que la grasa gotee. Sin duda, ésta es una obra inquietante en la que la violencia está presente como fruto de ese conflicto. La imagen del tercer monitor, que muestra unos perros devorando los monopatines, podría resumir la brutalidad implícita en cualquier sociedad.

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