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Cuatro visiones del mar I
1993
Acrílico sobre tela
Medidas: 162,5 x 200,5 cm
Referencia: ACF0064
El paisaje aparece en la pintura de Patricio Cabrera como un eje, como una referencia más allá de la anécdota temática, como un argumento estético recurrente que también ofrece importantes claves de comprensión para entender el desarrollo de su pintura en relación con la creación de imágenes.
Precisamente, si se toma en consideración el conjunto de su obra, con la evolución que sufre la representación del paisaje, pueden apreciarse con mayor claridad las claves centrales de su trabajo. Uno de los aspectos que destacan con mayor rotundidad es la manera en que Cabrera entiende la pintura: como un mecanismo capaz de generar imágenes dotadas de una carga simbólica, y en estrecha relación con significados y sentidos que esclarecen las diversas formas de percibir lo visual como acontecimiento de la memoria.
Sin título (1985) y Cuatro visiones del mar I (1993) -dos de las obras de Cabrera que posee la Colección-, aunque pertenecen a dos etapas muy diversas formalmente y alejadas en el tiempo, constituyen dos maneras diferentes de abordar la idea de paisaje. Sin título se integra en una extensa serie de obras realizadas sobre el paisaje agreste y rudo del norte de la provincia de Almería. El paisaje está construido integrando diversos elementos figurativos de orden simbólico, como una muralla de castillo medieval, una columna que sostiene una estatua y una bandera que hondea al viento. Todos ellos rodean y caracterizan la panorámica de una montaña encerrada en una torpe cenefa que hace las funciones de marco. La escena adquiere la forma de un relato inconexo y fragmentario, midiendo los recursos gestuales tanto como el alcance de la figuración, al modo en que la transvanguardia italiana -y más concretamente Enzo Cucchi- organizaba sus escenografías paisajísticas. La crítica, entonces, recurrió a ciertos componentes surrealizantes para explicar la construcción de escenas y relatos que tendían a crear una atmósfera onírica; no obstante, lo más destacable en esta manera de abordar el paisaje es la voluntad narrativa.
La obra que realizará Cabrera con posterioridad irá desnudando poco a poco las posibilidades del relato, articulando un campo pictórico mucho más alusivo y sintético, en el que los elementos paisajísticos serán evocados a partir de indicios y sugerencias, fragmentos de ramas, montículos o brumas. Cabrera evita la descripción y subraya atmósferas de tono barroco a través del color. Su estancia en Nueva York le hizo volverse aún más sintético, al introducir lo geométrico y el color plano, así como una manera alusiva a partir de la línea entrecortada, en donde se perciben ciertos ecos del último Klee.
El inicio de la década de los noventa está marcado, en la obra de este artista, por la contundente aparición de elementos ornamentales que a veces funcionan como paisajes cartográficos y otras como jeroglíficos simbólicos. No es posible hablar de un estilo homogéneo, sino de diferentes vertientes productivas de imágenes.
En la línea dibujada que caracteriza el trabajo de Cabrera durante los primeros noventa confluyen tensiones psicodélicas, cartografías oníricas y distorsiones surrealizantes, que tienden a generar espacios paisajísticos difusos. Dentro de este contexto productivo hay que situar Cuatro visiones del mar I, que configura, con otros cuadros de características semejantes, una serie cerrada sobre la representación del paisaje como estereotipo. Si realizamos una comparación con el paisaje de Sin título, llegamos en esta obra al límite de la desnudez y de lo esquemático, pero también a un espacio en el que la autoría es puesta en cuestión, privilegiando (críticamente) la producción y el estereotipo.
El cuadro se halla dividido en cuatro campos de dimensiones idénticas, en cada uno de los cuales se describe, con líneas que recortan las formas y establecen los cambios y las inflexiones del territorio, del mar o del cielo, una panorámica paisajística tópica. Las imágenes parecen adoptar el aspecto de xilografías elementales, en las que el color ha sido reducido a un fondo y a un tono uniforme para las líneas. En otras obras de esta misma serie el paisaje puede ser idéntico, pero se introducen variaciones en el color.
El paisaje se produce como una viñeta banal, como un lugar ideal, que podría ser reproducido tanto en un libro de geografía para niños como en las páginas de entretenimiento de un periódico, en donde el juego es descubrir las diferencias. Desaparece el relato para dejar paso a un discurso más articulado en la reflexión sobre la imagen.