Carlos Franco
España, 1951
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Aunque solo fuese por el hecho de haber ganado el concurso para la decoración de las pinturas murales de la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid y su fastuoso resultado final, que tanto conmueve como engaña a los paseantes y turistas, que las admiran al tiempo que confunden su época y su autoría, el madrileño Carlos Franco merecería figurar en la historia del arte español contemporáneo como una figura señera.
Pero su contribución a esa historia ha sido mucho mayor y decisiva. Inició su andadura pública al comienzo de la década de los setenta del siglo pasado y formó parte protagonista del grupo de artistas que, primero en la madrileña galería Amadís y desde un par de años después en la galería Buades de la misma ciudad, cambiaron por completo la ambición y los horizontes de la escena española: teórica y prácticamente por su renuncia explícita a las convenciones de la vanguardia de posguerra y su voluntad de transformación del discurso y del hecho de pintar, entendido como uno más de los dispositivos conceptuales viables en ese momento.
Carlos Alcolea (1949-1992), Guillermo Pérez Villalta (1948), Santiago Serrano (1942), Jordi Teixidor(1941), Nacho Criado (1943-2010), Luis (1937) y Paz Muro o Alfonso Albacete (1950) son solo algunos de estos artistas que confluyeron en un proyecto común. Entre los más mayores figuraban Luis Gordillo (1934) y José Guerrero (1914–1991).
Pintores figurativos y abstractos y otros artistas inmersos en las aquí denominadas «nuevas prácticas artísticas», que abarcaban desde la poesía experimental y el arte por ordenador al conceptual lingüístico, coincidieron también en ese ensanchamiento internacional de los intereses de los artistas españoles y en su independencia frente a la respuesta política comúnmente articulada contra la dictadura franquista, entonces en su última etapa.
Carlos Franco absorbió en su trabajo el mundo urbanita de la ciudad –con inevitables reminiscencias del pop art–, e inmediatamente se interesó en el mundo de los mitos en la mitología clásica griega y romana, tratados de una forma nada académica, a la vez que exploraba el mundo de los pintores clásicos asimilando sus propuestas en una nueva formulación que hacía de la superficie pintada lugar propicio para los acontecimientos y dotaba a las figuras y los hechos representados de un dinamismo y una vitalidad, de un movimiento físico y afectivo interior, únicos en la pintura internacional. Aunque pueda parecer extraño, a estos dispositivos no les eran absolutamente extraños los propios de la magia y la prestidigitación.
Pocos años después, hizo lo propio con culturas originarias del continente africano y de América del Centro y del Sur, en un proceso idiosincrático igualmente excepcional. En el segundo caso, ha realizado importantes obras públicas, fundamentalmente religiosas.
O mago do carnaval, una pintura relativamente temprana, de 1977, es representativa de esas dimensiones culturales. Asimismo, el esplendoroso tratamiento pictórico de la superficie hace de esta obra algo más que una imagen estática y la convierte en una secuencia real en pleno desplazamiento. Formó parte de la exposición «26 pintores / 13 críticos. Panorama de la joven pintura española», que se organizó en 1982 y recorrió distintas ciudades españolas.
Mariano Navarro