Elena Blasco
España, 1956
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Se define a sí misma como pintora, pues el color asume un notable protagonismo en su producción, aunque el trabajo de Elena Blasco (Madrid, 1950) abarca todos los medios: pintura, desde luego, pero también objetos, dibujo, grabado y obra múltiple, collage, escultura, instalaciones, fotografía... Su trayectoria comienza a finales de los años setenta y a lo largo de la década de los ochenta cristaliza su personal lenguaje que en absoluto se relaciona con las corrientes hegemónicas en España durante aquellos años, dominados por los influyentes neoexpresionismos y la transvanguardia, por la denominada «nueva figuración madrileña» –a cuya generación pertenece– y por una práctica conceptual, reducida en cuanto a número, pero que produjo relevantes aportaciones. A ninguno de estos núcleos de artistas ni de estos planteamientos estéticos se podría adscribir su obra, de modo que ha caminado alejada de grupos y movimientos, fuera del foco del mercado y del público, aunque valorada por artistas y un sector de la crítica. Siempre al margen. Pero ¿dónde radica su singularidad? Sin duda en la forma de relacionar, mezclar y hacer convivir los diferentes medios, «géneros» y lenguajes, con un resultado que se resiste a la descripción y, aun más, a la clasificación. Un paisaje emerge del cuadro y se prolonga, a través de diferentes elementos y objetos, convertido en una instalación; un espacio doméstico aparece representado a través de formas blandas –muebles de goma, telas estampadas– que fabrica, reutiliza o reconvierte. Los materiales textiles y los objetos cotidianos se integran en convivencia con la pintura formando una única pieza, chirriante a veces y siempre sorprendente. Sus fotografías se pueden componer de diferentes «capas»: una imagen encontrada o que ha tomado con su cámara es intervenida con un dibujo que se le adhiere, o puede ser pintada en algunas zonas para ser «completada» en un giro de significado; incluso puede fotografiar algunos de sus cuadros para luego volver a pintar sobre las imágenes y «refotografiarlas». En ocasiones utiliza soportes transparentes, como los acetatos, donde surgen diferentes «escenas» o «motivos» que luego superpone en un relato multicolor y desconcertante. Estos gestos mediante los que construye sus piezas integran el azar sin renunciar a un lenguaje extraordinariamente depurado, aunque adopten una apariencia loca, anárquica y espontánea. Ese aspecto hedonista, lúdico y desenfadado que presenta su trabajo esconde, sin embargo, una actitud radicalmente crítica tanto hacia los prejuicios que dominan muchos de nuestros comportamientos privados como a las formas sociales que nos rigen. La voz de Blasco se alza contra todo tipo de sometimiento a través de un lenguaje que habla de la alegría de vivir, que comunica energía y cuyas armas son el humor y la ironía, el comentario ácido de la realidad que siempre se da de forma elíptica, para que sea el espectador, con su perspicacia, quien complete esa lectura. La pieza Sin título sintetiza su forma de sumar diferentes medios; en ella la imagen fotográfica capta una suerte de paisaje previamente construido por la artista con materiales diversos en convivencia con la pintura. Elena Blasco estudió Bellas Artes en la Universidad Complutense, en Madrid, y ha compaginado la actividad artística y la docencia. Su obra ha sido exhibida en Róterdam, Colonia, Berlín, Ciudad de México, Nueva York, Tokio, Barcelona, Santiago, Sevilla o Bilbao, entre otras ciudades; en el año 2012 presentó una exposición antológica que revisaba las tres últimas décadas de su trayectoria, titulada «Millones y abundantes razones», en la Sala Alcalá 31, de la Comunidad de Madrid.
Alicia Murría