Robin Rhode
Sudáfrica, 1976
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En cierta ocasión, con motivo de una entrevista, Robin Rhode (Ciudad del Cabo, 1976) contaba que una de las características que le parecían más peculiares de la sociedad en la que se crió, en la Sudáfrica que tomó la decisión de suprimir el monstruoso sistema del Apartheid, es que su gente se comportaba de una manera «muy gestual y performativa». Decía también que «le encantaba contar historias. Bromear y crear situaciones, convirtiendo todo en algo gestual y divertido». Rhode aseguraba que esa disposición de ánimo tenía mucho que ver con la terrible situación social y que, en cierto sentido, era una forma de enfrentarse a los dramas políticos, con el cuerpo como medio para trascender una realidad hostil.
Junto a este rasgo, que vincula el trabajo de Rhode a un contexto muy concreto, otro elemento que llamó poderosamente la atención de la crítica cuando comenzó a difundirse su obra, a principios del 2000, fue el original cruzamiento que realizó entre el arte público, los grafitos, las subculturas juveniles, la tradición muralista, el dibujo y la performance. He Got Game, por ejemplo, es una divertida obra del año 2000, compuesta por doce fotografías, en la que un hombre joven vestido con ropa deportiva se aproxima botando a una canasta dibujada en el suelo, salta haciendo una espectacular pirueta en el aire y machaca el aro. La acción es, en realidad, fruto de un sencillo truco, muy común en su trabajo, que consiste en situar la cámara en un punto elevado, para después fotografiar o filmar desde arriba el plano de la calle como si se tratase de un fondo, en vez de una base.
En Brick Face, del 2008, este recurso da paso a una técnica ilusionista distinta. En esta ocasión, es un hombre de raza negra, elegantemente vestido con un sombrero y ropas de otra época, tal vez de algún momento en la primera mitad del siglo XX, el que se acerca a una máquina de coser antigua, silueteada con tiza en una pared oscura. El hombre lleva consigo una tela estampada con un diseño geométrico, se agacha y comienza a coser en la «Singer» ficticia. A medida que cose, la tela desaparece y se transforma en un graffiti, que crece y se propaga como por arte de magia, cubriendo la pared con una especie de ladrillos de color blanco. Cuando la pared queda doblemente «tapiada», el hombre se levanta, sorprendido por el efecto que ha causado su acción –con un cierto «aire» a las primitivas comedias del cine mudo– y abandona el lugar.
La obra se presenta como una serie de veinte imágenes en blanco y negro que incide en el interés por el arte callejero y el ilusionismo de Robin Rhode, al tiempo que desplaza su foco de atención a la historia y, en este caso, a los prejuicios raciales. Desde el punto de vista de la historia del arte, es una muestra también de la influencia que algunas neovanguardias –como el minimalismo y, muy especialmente, el trabajo de Sol LeWitt– tienen en su proyecto artístico. Finalmente, esta obra ilustra la tenue frontera que, según Rhode, existe entre realidad y ficción en la cultura popular sudafricana (presente también en el trabajo de otros artistas importantes de su país, como William Kentridge), al plantearse como una fábula en la que el espacio se transforma inesperadamente.
Pedro de Llano