Marina Núñez
España, 1966
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Esta artista se licenció en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca y en la actualidad ejerce como docente en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra de la Universidad de Vigo. A partir de 1988, año en el que empezó a participar en muestras colectivas, y tras su primera exposición individual presentada en Madrid en 1993, se situó rápidamente como una de las creadoras más significativas de una nueva generación de artistas españolas interesadas por las cuestiones de género y por defender un arte feminista. Partiendo de una formación como pintora, su proyecto artístico ha desarrollado un amplio repertorio de técnicas para poder vehicular significados diversos, como ella misma defiende: «Es decir, cada medio –fotografía o escultura, grabado o vídeo– comporta unas especificidades semánticas. De modo que un contenido no se puede expresar en todas las técnicas; o una técnica no puede expresar todos los contenidos». De ahí que Núñez haya apostado incansablemente por investigar nuevas técnicas que le permitan generar a su vez nuevas formas; asimismo, la incorporación de recursos digitales le ha permitido renovar sensiblemente su lenguaje artístico. Un lenguaje diverso para perseguir la belleza a través de poner de manifiesto lo siniestro, como quedó patente en sus series de locas, muertas, monstruas y cyborgs, porque para la artista «la representación de lo monstruoso tras la hermosa y tranquilizadora piel puede responder a un análisis ideológico de los distintos “fenómenos” que crea nuestra sociedad, y a una reivindicación de lo reprimido frente a las leyes de la uniformidad». En definitiva, recurre a la fealdad y a lo monstruoso para denunciar determinadas pautas de comportamiento impuestas por la sociedad y así defender una opinión propia en el debate feminista. A través de la representación del cuerpo femenino y de la identidad femenina, vistos como anómalos según una determinada tradición configurada desde el punto de vista masculino, Núñez ha ido definiendo un lenguaje propio, que tanto muestra determinados acentos surrealistas como situaciones que dejan entrever su admiración por la ciencia ficción. Su dilatada serie «Sin título (Ciencia ficción)», iniciada en 1998, muestra su interés por la literatura de terror, por Mary Shelley y Edgar Allan Poe, pero también por escritores de ciencia ficción como William Gibson, Greg Bear y Donna J. Haraway, en cuyos textos coinciden feminismo e imaginería cyborg. Aunque ella misma reconoce que la visión del mundo de un autor como Franz Kafka ha impregnado todo su proyecto artístico. Y dentro de esta serie, las tres infografías que muestran a la misma mujer adosada a un bloque de carne y en posiciones diferentes, en realidad son metáforas visuales de estas palabras de la propia artista: «El desprecio del cuerpo es una característica en común del sujeto liberal humanista y del posthumano cibernético. Cambiar las palabras: lo que se ha llamado alma, y luego razón, ahora se llama información; pero la oposición entre la carne opaca y pesada, por un lado, y el ser etéreo y descarnado, por el otro, se mantiene imperturbable». En cuanto a la serie de infografías sobre metacrilato presentada en la Sala de Verónicas, de Murcia, en el 2001, recoge tres rostros de distintos perfiles en los que las líneas que los configuran acaban convirtiéndose en líneas textuales. Se trata de textos escritos por la propia artista, siguiendo una idea de Michel Foucault, para quien no existía una identidad previa o inmune a la cultura, sino una identidad remodelada mediante las prácticas sociales y los discursos surgidos del sistema establecido.
Glòria Picazo