Francisco Leiro
España, 1957
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El contexto en el que se formó Francisco Leiro dice mucho sobre las obras de su primer período, al que pertenece la escultura Benito Soto (1986). Leiro nació en Cambados, una tradicional villa marinera de las Rías Bajas, en 1957. Cuando era niño y adolescente aprendió el oficio de tallista de su abuelo, uno de los más respetados y solicitados de su comarca. Al terminar la escuela se trasladó a Santiago de Compostela a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios, y poco después ingresó en Bellas Artes, en Madrid. Estos episodios de su biografía son cruciales para comprender a fondo el tipo de obras que creó a continuación, cuando, tras sus primeras exposiciones –en la galería Montenegro de Madrid y con el colectivo Atlántica, en 1983–, fue aclamado como uno de los artistas más prometedores de su generación e invitado a participar en proyectos de prestigio, como la Bienal de São Paulo o la de Sídney.
En un momento de cambio en el que las propuestas del conceptual quedaron relegadas, aunque solo fuese temporalmente, Leiro fue uno de los artistas, en el terreno internacional, que con mayor vigor se dedicó a recuperar medios y géneros, como la escultura en madera y la estatuaria, que parecían destinados al ostracismo. La cultura popular y el neoexpresionismo, tradición y modernidad –una amalgama que, en su caso, se compone de ingredientes diversos como la artesanía, el románico, la escultura policromada barroca e incluso las leyendas y el folklore inmaterial– confluyeron en su práctica artística de manera natural y espontánea. Igual que otros artistas de su generación en Galicia, Leiro decidió llevar al campo de la representación tradiciones amenazadas por una inminente desaparición, como la carpintería o la cantería. La rusticidad que salta a la vista en la apariencia formal de sus primeras obras encuentra su motivación original en la lucha del hombre con el material (metáfora de la pugna entre el hombre y la naturaleza) y en el interés del artista por experimentar con sus propiedades intrínsecas.
Benito Soto es una pieza que remite a este universo y que es, a su vez, producto de una interpretación creativa y humorística de la mitología popular. Benito Soto fue un marinero gallego que, a principios del siglo xix, decidió secuestrar un barco brasileño que comerciaba con esclavos entre Río de Janeiro y el golfo de Guinea, para comenzar una carrera de pillajes y abordajes a lo largo y ancho del Atlántico. Buques y galeones de renombre en la época, como el Morning Star o el Topaz, fueron presa de sus ataques. Las peripecias de Soto se filtraron gradualmente al ámbito de la leyenda y se han transmitido en cuentos y relatos orales en los pueblos marineros de Galicia hasta el presente. Leiro decidió homenajear la bravura de este personaje único –a medio camino entre la realidad y la ficción– y lo inmortalizó en una estatua ruda, brusca e impetuosa, que rememora el momento trágico en el que su aventura concluye: cuando el pirata se encamina solitario, pero determinado, a la horca inglesa testigo de su último aliento, «con el pelo negro y enredado y la piel quemada por el sol, al estilo de un predicador londinense de profético y antipoético renombre».
Pedro de Llano