Antoni Miralda
España, 1942
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Este artista forma parte de una generación que, a finales de la década de 1960, empezó un largo periplo que, en su caso, le llevó a vivir primero en París y Londres para finalmente instalarse por un largo período de tiempo en Nueva York. En la actualidad reside entre Miami y Barcelona. En el 2010 el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid le dedicó una importante exposición retrospectiva, que se mostró en el Palacio de Velázquez de esta ciudad.
En 1967-1968, ya instalado en París, realizó una serie de «Objetos comestibles» en los que ya se ponía de manifiesto uno de los ejes conceptuales sobre el que iba a girar toda su trayectoria artística: la comida, el ritual del acto de comer, los elementos que se utilizan para ello, el banquete, las recetas, etc., y todo ello con un interés paralelo –y de igual o mayor importancia– como es hacernos reflexionar sobre la diversidad cultural a través de los usos y costumbres gastronómicos, con el componente social y político que ello conlleva. En 1970 transformó una galería de París en un restaurante, con la colaboración de Dorothée Selz, y el menú fue servido cocinando los alimentos con colorantes de cuatro colores distintos: rojo, azul, amarillo y verde. A partir de esa propuesta realizaría numerosos banquetes, rituales, ceremoniales, desfiles, performances, etc., siempre con la comida como punto de partida. Esta experiencia le llevó incluso a abrir un restaurante en Nueva York entre los años 1984 y 1986, El Internacional, junto a Montse Guillén, en el que tanto en la decoración como en el menú que se ofrecía podía apreciarse el interés de Miralda por imbricar culturas diferentes, en este caso, la norteamericana y la catalana.
Dentro del amplio repertorio de elementos utilizados por el artista en el desarrollo de su proyecto artístico, existen algunos que se han ido repitiendo continuamente, como el uso del plato como objeto crucial en la elaboración de los alimentos pero también como elemento indispensable en el acto y ritual de comer –el plato lo hallamos tanto en su Falla acuática, un monumental montón de platos flotando en aguas del puerto de Barcelona para conmemorar los XXV Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, como en muchas de sus últimas instalaciones– así como la lengua que, como órgano gustativo del ser humano, su forma se ha convertido en una solución formal recurrente en muchos de sus proyectos.
Sabores y lenguas es un proyecto en proceso, iniciado en 1997, y que se engloba en el Food Cultura Museum, una plataforma puesta en marcha por Miralda en el año 2000 para explorar el universo de la comida y la cultura. El propio artista indica que dicho proyecto trata de, «por un lado, contribuir a la perpetuación de las tradiciones culinarias locales, muchas aun en fase de transmisión oral y en riesgo de desaparición. Por otro lado, pretende codificar una memoria poética de las maneras de la comida y de la mesa actuales con la finalidad de ir construyendo un riguroso archivo que se sirve del plato como soporte material, de la lengua como elemento iconográfico y del sabor como metáfora». La forma iconográfica de la lengua la encontramos en este díptico fotográfico, Mercado, en el que a través de una ventana lingüiforme aparecen dos detalles de un mercado antiguo: su fachada, con un óculo central rodeado de dos cuernos de la abundancia, y un puesto de legumbres de mármol, típico de un mercado tradicional. En definitiva, el mercado como un espacio de reflexión para Miralda en el que confluyen cultura y tradición.
Glòria Picazo