Eulàlia Valldosera
España, 1963
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Tras realizar estudios de pintura en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, Valldosera pasó dos años en la Gerrit Rietveld Academie de Ámsterdam entre 1990 y 1991. Esta experiencia introdujo un cambio substancial en su recién iniciada trayectoria, y así su proyecto artístico dio un giro conceptual importante y amplió el espectro de medios que a partir de ese momento utilizaría, desde la pintura al vídeo, la instalación y la fotografía. Concretamente en 1990, desarrolló su primera serie fotográfica,«Habitacles», en la que superponía su propio cuerpo a espacios arquitectónicos interiores, vacíos o con un simple colchón, y en cada una de dichas circunstancias el cuerpo flotaba de forma fantasmagórica. A partir de esta serie y hasta 1999, su interés por la fotografía se fue consolidando con nuevas series, «Cremades» y «Aparences» entre otras, y en todas ellas el protagonismo era para esos cuerpos velados que aparecían desapareciendo en sus imágenes. Ella misma revela cuál fue el proceso de construcción de estas fotografías: «Mis fotografías están realizadas mediante sucesivas exposiciones en un mismo negativo fotográfico. En cada exposición ilumino una parte del cuerpo. Al final ilumino el entorno. Cada exposición queda recogida en un solo plano, el plano de la foto, de modo que el resultado final es el testimonio de la desaparición de las zonas donde la luz no ha incidido». En estas fotografías, así como en las instalaciones y performances llevadas a cabo durante la década de los noventa, siempre mostró de forma explícita su interés por lo íntimo y cotidiano, por mantener una actitud que ella misma vino en llamar «ecológica», porque comportaba una postura respetuosa y consciente hacia el propio cuerpo. De ahí la utilización de los restos de cigarrillos fumados por ella misma para su instalación y performanceEl melic del món, y de ahí también sus continuadas referencias a la salud, a la higiene en general y muy en especial a la higiene corporal, con el uso de todo tipo de envases de medicamentos y de productos de limpieza. La artista ha utilizado estos objetos por la carga simbólica que para ella conllevan, pero también para visualizar los recorridos físicos de los haces lumínicos que luego «se convirtieron en contenedores de líquidos de una alquimia emocional y terminaron simulando presencias humanas femeninas convertidas en sombras a gran escala», como ella misma nos cuenta. Y en una instalación como Flying No. 1. New York, las imágenes de los envases se proyectan sobre los muros gracias a diez proyectores de diapositivas, y mediante dispositivos móviles dichas imágenes se van desplazando lentamente por el espacio en el que se ha instalado la pieza. Este tipo de instalaciones combinan fuentes de luz con unos espejos que a su vez, en su constante girar, duplican las imágenes, al tiempo que producen complejos juegos de luces y sombras. Se trata de simples dispositivos mecánicos, recursos low-tech que en su continuo movimiento producen ingeniosos rituales de la vida cotidiana y que acaban por involucrar al espectador físicamente. Por sus instalaciones se transita entre los objetos y sus proyecciones, y el espectador se incorpora con su sombra al juego de apariencias que acaban siendo muchos de sus trabajos: «Recorriendo la distancia aparecida entre las cosas y sus proyecciones, entre los objetos y sus signos, el espectador se involucra en la reconstrucción de esta especie de eslabón perdido. Su presencia está destinada a restablecer el eje que conecta ambas realidades. El observador se da cuenta así de la ubicación de las fuentes de luz que, lejos de permanecer ocultas como haría el ilusionista, conviven entrometidas […], y esto le permite descubrir los mecanismos mediante los cuales se exhiben realidades contiguas aunque contradictorias, para concluir que ambas no son sino una forma de apariencia».
Glòria Picazo