Daniel Buren
Francia, 1938
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A principios de los años sesenta una serie de artistas, entre los que se contaban Daniel Buren, Hans Haacke o Michael Asher, anticiparon, a través de sus obras y escritos, la noción de crítica institucional. En Europa, Buren toma una postura analítica y de tono crítico con respecto a la actividad artística en el contexto del museo, cuestionando el mito de su supuesta neutralidad como mero contenedor. En sus primeros textos, agrupados bajo el título Les Écrits (1970-1973), el artista disecciona las principales funciones de las instituciones artísticas, a saber estética, económica y mística, haciendo corresponder a su vez estas nociones con las tareas de conservación, agrupación y refugio a las que son sometidas las obras cuando ingresan en el museo. En definitiva, tanto estos principios como el ejercicio de su práctica artística ponen en entredicho la supuesta infalibilidad de la maquinaria institucional. A partir de ese momento inicial, las obras de Buren tienen como misión interrogar y transformar radicalmente los lugares que las acogen. Desde sus primeras pinturas hasta los dispositivos complejos y espectaculares de los últimos años, su trabajo se mueve entre la pintura, la escultura y la intervención arquitectónica; es casi siempre indentificable a través de una «herramienta visual» básica, sus singulares bandas de colores de 8,7 cm. Su utilización desde mediados de los años sesenta, respondió a la necesidad de llegar a un «grado cero» de la pintura, reduciéndola a un hecho puramente objetivo. En su presencia y ausencia, estas pinturas hacían hincapié en su propia materialidad, así como en la estructura que las acogía –la galería–, entendida a partir de ese momento como un espacio físico pero también ideológico. El trabajo de Buren constituye pues una operación in situ, y se significa siempre a través de un contexto particular. Desde 1975, su serie de «Cabanes Éclatées», entre las que se encuentra Cabane (Les paralléles), constituyen una forma arquitectónica abierta que incita al espectador a penetrar en su dominio particular. Su aspiración última, en relación con el lugar donde se ubican, es la de perturbar el espacio y alterar así nuestra percepción del mismo. A través de una metáfora biológica, Buren compara el espacio donde se sitúa la obra con una caja torácica en la cual los elementos se contraen y se dilatan –explosionan–, tal como sucede con los órganos respiratorios. Ante estas cabañas, el visitante se encuentra con un nuevo itinerario transitable a través de una serie de puertas que se abren en cada una de ellas y que, como es habitual en este tipo de construcciones creadas por el artista, se proyectan y desplazan físicamente en el exterior de cada cubículo. Las cabañas de Buren demuestran de manera elocuente que su trabajo, además de conceptual, es también sensual, invitando al espectador a un ejercicio de percepción total entre el ojo, el intelecto y el cuerpo.
Juan de Nieves