Robert Mangold
USA, 1937
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Robert Mangold ha concebido su obra pictórica a partir de una hábil reutilización de sus componentes básicos: la forma, la superficie, el color y la línea. El artista ha otorgado una libertad inusitada a la forma del cuadro y ha procurado que el efecto pictórico se extienda más allá de sus márgenes físicos. Asimismo, ha dotado a la pintura de un alto grado de realidad y, al mismo tiempo, de un aura casi sagrada. La formación de Robert Mangold se encuentra relacionada con la de varias figuras claves del minimalismo. Después de graduarse en 1959 en el Cleveland Institute of Art, cursó un máster en la Escuela de Arte y Arquitectura de la Universidad de Yale, en New Haven, junto con artistas como Brice Marden, Richard Serra o Nancy Graves. En 1962 se trasladó a Nueva York, donde trabajó primero como vigilante de sala y después como bibliotecario en el Museo de Arte Moderno. Por aquel entonces conoció a otros artistas, como Robert Ryman y Sol LeWitt, que también trabajaban en el museo. En 1964 dejó el empleo y se dedicó a la enseñanza en varias escuelas de arte de la ciudad, ocupación que desarrollaría hasta los años ochenta. A mitad de la década de los sesenta, Mangold empezó a exponer una pintura que se había despojado de todo contenido simbólico en beneficio de su presencia física. Seguía los mismos principios de neutralidad y objetividad que sus coetáneos minimalistas. Sus materiales eran entonces industriales, y aplicaba la pintura con pistola: «En cierto modo, parecía importante escapar del lenguaje que había utilizado la pintura durante tanto tiempo, y encontrar formas de tratar con el mundo real», ha explicado el artista. Sin embargo, sus configuraciones nunca han seguido una sistematización rigurosa como la de los minimalistas. La diversidad de sus formas, la irregularidad de sus contornos y la distorsión de sus geometrías, así como sus inusuales colores (la mayoría son tonos tomados de objetos cotidianos) y la propia aplicación de capas de pintura, obedecen a una elección personal que en muchas ocasiones es intuitiva. A partir de los años setenta su obra abandonó cautelosamente su neutralidad introduciendo efectos pictóricos que devolvían a la pintura su condición ilusionista, e inició una evolución hacia formas pictóricas más libres que abrieron progresivamente una vía para la emoción.
Nimfa Bisbe