João Onofre
Portugal, 1976
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La tecnología digital experimentó una revolución asombrosa en la década de los noventa. La democratización de Internet y todo lo que ello acarreó en términos sociales, económicos y políticos, lo pone de manifiesto. Otros síntomas de este cambio se hicieron patentes en las tecnologías audiovisuales, muy accesibles a partir de entonces. En ese contexto, fueron innumerables los artistas que adoptaron el video como medio de expresión, frente al uso más limitado y específico que había tenido en las generaciones anteriores. Uno de los momentos álgidos de este proceso se vivió en el verano del 2002, cuando las obras que se presentaron en este soporte en exposiciones tan relevantes como la Documenta de Kassel o la Manifesta que se celebró en Frankfurt (una bienal itinerante de arte joven), fueron abrumadora mayoría. La obra de artistas como el portugués João Onofre (Lisboa, 1976) se entiende mejor si la vinculamos a estos hechos, a los que se podría añadir el interés, común a muchos en su generación –como Sergio Prego, en España–, por la temporalidad de la imagen y la relectura de los proyectos pioneros del arte conceptual. Algunas de las primeras obras de Onofre investigaron estas cuestiones a partir de imágenes apropiadas; generalmente de películas que dejaron huella en la historia del cine, como El eclipse (1962), de Michelangelo Antonioni, 2001: una odisea en el espacio (1968), de Stanley Kubrick o Martha (1974), de Rainer Werner Fassbinder. En su obra Sin título (Martha), Onofre aisló unos pocos segundos del film del director alemán –famosos por la elegancia, expresividad y habilidad técnica con la que el cámara, Michael Ballhaus, filmó la escena, mediante un innovador movimiento envolvente– en los que los protagonistas (un hombre y una mujer que viven una relación atormentada), se encuentran y pasan de largo, mientras ambos mantienen la mirada fija en los ojos del otro. La intensidad psicológica y emocional de ese momento, que Fassbinder enfatizó empleando la cámara lenta, resume, en cierto modo, el argumento de la película, y llamó poderosamente la atención de Onofre. Hasta el punto de que decidió convertirlo en un bucle de dieciséis segundos, mudo, que se repite de manera obsesiva y hasta el infinito. La aportación consiste pues en recalcar que el impulso que atrae a Martha y a Helmut parece ser el mismo que impide su contacto, en una aguda reflexión sobre los procesos de incomunicación humana. Esta representación espacial de las relaciones intersubjetivas fue común en las primeras obras del artista, concebidas todas ellas para dos personas que «ejecutan movimientos instintivos y reacciones o, por el contrario, movimientos realizados con gran esfuerzo», como se puede apreciar en Sin título (We Will Never Be Boring) (1997), o Nothing Will Go Wrong (2000). Con el tiempo, Onofre abandonó el material apropiado y comenzó a colaborar con intérpretes que escenificaban estas performances, que filmaba y editaba en video, para extraer los máximos recursos expresivos del medio e inaugurar una nueva etapa en su trayectoria.
Pedro de Llano