Alfonso Gortázar
España, 1934
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La pintura de Gortázar parte de una formación figurativa clásica a la que el artista añade, sin prejuicios, un interés por el pop norteamericano. A esto se suma la influencia de la escuela de la vanguardia pictórica vasca, así como un toque matissiano –en lo cromático, en la pincelada– también reconocible.
La narrativa que encontramos en sus lienzos tiene algo de onírico, plagada de una simbología absolutamente personalizada, donde el tema del cuadro dentro del cuadro se repite invariablemente, como cuestionamiento del por qué pintar y qué pintar.
La presencia de la figura humana es habitual en entornos especialmente abigarrados, coloristas, escenografías características de su trabajo, como en el caso de El salón invadido, donde abundan, como en toda su obra, múltiples referencias para atrapar al espectador en la búsqueda e interpretación de las mismas. Una especie de horror vacui llena el lienzo, acompañado de una transgresión intencionada entre los límites de lo que es interior y exterior, también característica en la obra del artista. Color y textura son sus campos de experimentación, en la tradición clásica de la pintura.
Un año después de pintar esta obra, Gortázar realiza otra titulada de forma similar, El estudio invadido, en la que el cuadro en blanco representa el terror del artista a la ausencia de inspiración.
Virginia Torrente