Curro González
España, 1960
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Curro González es un artista fiel. Sí, fiel a sí mismo –es poco habitual encontrase con obras tan sinceras y firmes en sus principios como las de este artista–; fiel a su ciudad, Sevilla; fiel a sus obsesiones, tanto literarias (James Joyce, por ejemplo) como artísticas, sin olvidar las cinematográficas, y fiel a Kevin Power, el crítico de arte que ha sabido analizar mejor los entresijos de su discurso estético y aportar a los espectadores y las espectadoras claves ignotas para comprender una obra plástica compleja.
La trayectoria pictórica de Curro González, pausada y constante, se ha podido seguir gracias a exposiciones individuales y colectivas que ha presentado en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Colonia y Lisboa.
Hombre de blues –como lo ha llamado Kevin Power– que se ha construido hogar y obsesiones en su cabeza, Curro González destila en su obra una melancolía profunda teñida de pinceladas irónicas, y una visualidad poliédrica en la que se mezclan influencias de cultura popular (las revistas de actualidad) y evocaciones de la gran pintura clásica (Nicolás Poussin, entre otros). En sus pinturas y dibujos utiliza a menudo formas que remiten a sueños y a construcciones imaginarias, a ciudades vistas a través de planos (Hacia el final de la jornada II, 1989) y a seres humanos desposeídos de su forma o inmersos en multitud de cuerpos. Su visión de la existencia es siempre fragmentaria. El paisaje también forma parte de las cosmogonías que quiere explorar, como en El bosque de leche (1999), pero se trata de un paisaje de la mente que rehúye el realismo; un paisaje críptico donde respiran escondidas algunas figuras humanas produciendo un efecto asfixiante.
Su concepción de la creación artística se puede resumir en la pieza Como un monumento al artista, de 2010, que puede verse en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en Sevilla, y que representa escultóricamente a un creador visionario rodeado de extraños instrumentos musicales.
Juan Vicente Aliaga